Perspectivas

Santiago Gil | 15 de septiembre de 2015

Los tiempos verbales solo son coartadas contra nuestro propio olvido.

La vida siempre escribe mucho más deprisa que nosotros. No sé si improvisa o si parte de una trama ya pensada antes de que aparecieran nuestros nombres. Hay días para luchar y días para dejarse llevar hasta descubrir hacia dónde nos lleva la corriente incontenible de esos acontecimientos que se nos escapan de las manos como si fueran azucarillos del tiempo. Todo lo que andamos lo desanda el destino en unas horas, sin aspavientos, aprovechando que dormimos, o que estamos despistados en otras cosas. De repente te das cuenta de que mientras tú escribías, esa vida de la que hablo fue escribiendo en una libreta paralela otros argumentos muy distintos a los que esperabas. Y nunca está mal la incertidumbre, sobre todo si somos capaces de asumirla con esa deportividad que se espera siempre de los buenos jugadores.

Nuestro espíritu Coubertin nos debería convertir en olímpicos cada vez que salimos de la cama. No suenan himnos nacionales ni nos espera nadie con medallas cuando llegamos a casa por la noche, pero cada día es un triunfo que deberíamos celebrar como celebran la vida los moribundos que se salvan en el último momento. En esos días en que la realidad escribe atropelladamente me voy a Las Canteras y me quedo flotando un rato entre La Barra y el Muro Marrero. Solo escucho el eco abisal de las profundidades marinas y el burbujeo de las olas que algún día, cuando ya no estemos ninguno de nosotros, acabarán desgastando todas las rocas de la costa. Yo creo que uno vive como si flotara unos años en un océano, y que mientras dure ese sueño tenemos que intentar que nadie nos imponga lo que queremos. No tiene sentido una existencia que nos tenga trabajando como chinos de sol a sol. Basta con mirar un rato a las hormigas para darnos cuenta de la estupidez marcial de esos pasos orquestados. Cada vez son más los que nos quieren como hormigas. Y si no espabilamos, nos sucederá lo mismo que a ellas, pero nosotros sabemos que la vida pasa y escribe deprisa, y que cuando sacamos la cabeza del agua a lo mejor ya no queda ni la playa. El otro día, por seguir con las comparativas animales, había una paloma con el ala rota en la plaza de Santa Ana. No podía volar. Estaba temblorosa y asustada buscando cobijo debajo de un banco. Sabía que tenía que tener mucha suerte para que no llegara un gato en la madrugada y acabara con ella. Había unos jubilados interesándose por su destino, pero al final seguro que la dejarían a merced de la madrugada y de la mala suerte. Nunca supimos qué sería de ella, ni si la vida también había escrito muy deprisa sus vuelos. Nosotros sí sabemos que todavía estamos vivos y que podemos caminar sobre este planeta extraño que nos ha tocado en suerte. O flotar de vez en cuando en el océano para no olvidar la verdadera perspectiva del tiempo.

CICLOTIMIAS

Los tiempos verbales solo son coartadas contra nuestro propio olvido.

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