Bardinia

Santiago Gil | 12 de septiembre de 2015

Estos días se ha reeditado una de las mejores novelas de la literatura canaria de todos los tiempos

Cada tiempo tiene sus historias. Los lugares no son más que escenarios en los que entramos y salimos personajes ávidos de gloria, timoratos, enamorados, arrabaleros, burócratas, resentidos o agraciados con la suerte que a veces regala el destino a los bien nacidos. Gran Canaria es una ínsula tan extraña como aquella que cantaban los poetas, un territorio rodeado de mar embravecido o de playas edénicas en las que parece que la muerte no es más que una ficción propia de las novelas. Esa isla tiene un eco de palabras que se ha llevado el viento de la prisa y también cientos de historias reales o mágicas sin las que no se podría entender este presente tan extraño que habitamos entre Arinaga y Tasarte. Por eso es tan necesaria la literatura que ha sabido contar lo que antes no era más que un bisbiseo perdido entre neblinas y sahumerios. Bardinia es un territorio mítico que ha creado Emilio González Déniz para que ver si alguna vez podemos llegar a entendernos y a mirarnos con esa distancia necesaria que regalan los grandes argumentos.

Estos días se ha reeditado una de las mejores novelas de la literatura canaria de todos los tiempos. Hablo de Bastardos de Bardinia. En esas páginas escritas por González Déniz hace treinta años se detuvo el tiempo. Desde el primer párrafo uno se adentra en atávicas historias que se entremezclan con la naturaleza humana y con todo lo universal que tiene lo pequeño cuando se cuenta sin miedo y sin remordimientos. Emilio convierte en literatura lo verosímil, como la visita del Papa Pío XII (aun como cardenal Pacelli) a un pueblo de Gran Canaria, y luego logra que lo que queda fuera del raciocinio se acabe convirtiendo en un hecho casi cotidiano, como aquellas leyendas que nos contaban las abuelas con aparecidos, resucitados o barrancos que casi podían confundirse con los infiernos, o con aquelarres de tibicenas y de oscuras sombras tenebrosas. El escritor es, por encima de todo, un gran escuchador que luego es capaz de llevar a sus novelas las voces y las palabras que ha ido oyendo, imaginando o inventando mientras andaba entre la gente. Aquí Emilio González Déniz demuestra toda la musicalidad de la literatura que escribe. Al final casi todo es ritmo y es técnica. Siempre eché de menos palabras como chirote que me he encontrado en ese aire cercano y reconocible de esta gran novela. También me faltaban los puntos de vista de los derrotados, de aquellos que salieron para Cubita La Bella y no volvieron, o de los que vinieron siendo otros muy distintos a los que un día se marcharon persiguiendo la estela de sus sueños. Ahora que todo lo silencia el ruido o la pantalla, o que aparecen tantos impostores de la palabra por todas partes, es el momento de regresar a casa a través del sortilegio de las letras. Volvamos a Bardinia para entender Gran Canaria.

 

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