Urgencias


Santiago Gil  //

La vida no transita de la misma manera todas las madrugadas. Unos duermen y otros se desvelan reconociendo sombras lejanas en la oscuridad de sus cuartos, unos sueñan y otros quisieran borrar todo su pasado. Unos están felices e ilusionados y otros sienten como si la resaca de todo lo sufrido que escribía Vallejo también se empozara en su alma. Las madrugadas son una sucesión interminable de argumentos que recorren mil caminos que van a dar al alba.

Hace unos días tuve que estar toda la noche en un servicio de Urgencias de un hospital acompañando a un familiar. Uno olvida el dolor cuando no nos afecta directamente, deja atrás ese miedo y esa sensación de vulnerabilidad que se vive en los centros hospitalarios durante la noche, sobre todo en esas Urgencias en las que no dejan de entrar personas con ojos de miedo todo el tiempo. Lejos de las sirenas y del frío de las madrugadas se duerme a pierna suelta o se plantean objetivos que, vistos desde  aquella asepsia, parecen casi siempre pueriles. En esas noches largas uno se enfrenta a sus propios miedos.

Nos pasa como cuando muere alguien cercano y prometemos cambiar nuestro destino al día siguiente. Roberto Bolaño, ya muy enfermo,  le dijo una madrugada al también escritor Andrés Neuman que escribiera siempre con la fuerza de un moribundo. Nunca sabemos si habrá segundas oportunidades para volver a escribir de nuevo o para corregir lo que dejamos a medio terminar al final de una jornada.

Tampoco sabemos en la vida si tendremos ocasión de pedir disculpas a quien sabemos que pudimos herir en un momento dado o de expresar nuestro amor a quien queremos, o nuestra sincera admiración a quien hemos visto que no ha dejado nunca de mejorar este mundo y cuanto le rodea. En esas salas en las que a veces se muere la gente al lado nuestro, te das cuenta de lo efímero que es todo esto y de la vulnerabilidad de nuestra propia existencia.

Ves amanecer sin haber pegado ojo y la ciudad que despierta se asemeja a un sueño lejano. El miedo, la angustia de la espera y esas horas que transitan tan lentas nos acercan a nuestros adentros más de lo que pensamos.

No digo que tengamos que vivir pensando siempre en las desgracias, pero sí deberíamos recordar cada día a los que sufren o a los que no han tenido nuestra suerte para relativizar lo que, muchas veces, no son más que minucias e inservibles banalidades.

Todo salió bien aquella madrugada, pero algo se quedó entre aquellas paredes. Siempre dejamos algo de nosotros en los lugares en los que la vida pasa lentamente, o en donde nos hacemos esas preguntas que luego escondemos en la vida diaria. Recuerdo que había una puerta de cristal y que detrás pasaban sombras todo el rato. Aquellas sombras podían ser de vivos o de muertos que se alejaban después de abandonar su cuerpo en la madrugada.

 

CICLOTIMIAS

No hay palabra que no contenga un eco misterioso al pronunciarse.

 

 

 

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