¿Un epílogo o un epitafio para el turismo?


Por Míchel Jorge Millares //

Me pregunta un amigo si estamos ante el final del turismo a causa de la pandemia por el miedo o las molestias al viajar, la mascarilla, los controles y pruebas… Pues yo le digo que no. Pero añado que no se parecerá a lo que vivimos en los últimos años, incluso si dispusiéramos de vacunas contra el Covid-19. Tampoco es igual la atención en un supermercado, en el colegio o los trámites en los organismos públicos. Todo lo que suponga una interacción entre personas incluirá nuevas fórmulas que tienen por objeto limitar los contactos y aumentar la higiene. Pero si hay un sector en el que la limpieza, la higiene y el trato al cliente es lo primero que se valora, ese es el turismo. Así era antes y, ahora, se ha convertido en una obsesión para los clientes.

Y digo que no será igual -aunque haya vacuna y se inmunice a la población-, porque nadie querrá volver a ser víctima de la improvisación, la falta de recursos y la bronca política, como ha sido esta pandemia. Una experiencia que demuestra las vulnerabilidades de un planeta hiperconectado pero también hiperdesprevenido, capaz de movilizar 1.300.000.000 turistas en un año, pero incapaz de establecer protocolos que eviten la propagación de virus, a pesar de haberlo escenificado en la ‘fábrica de sueños’ hollywoodiense con un variado repertorio que creíamos que era ficción: ‘Contagio’, ’12 monos’, ‘Estallido’, ‘Tren a Busan’, ’28 días después’ (del canario Carlos Fresnadillo), ‘La amenaza de Andrómeda’, ‘Virus’, ‘Cargo’, ‘Soy leyenda’ y todas las películas de zombies de la cartelera…

Pero el cine y los telediarios apocalípticos no podrán cambiar que el turismo es ya una necesidad, un hecho cultural arraigado a pesar de su corta existencia. En realidad, el turismo se ha convertido en hábito social, muy extendido, a pesar de ser un invento de las clases pudientes que crearon el ‘Grand Tour’ en el s. XVIII, y que comenzó a crecer con la revolución industrial y la aparición del tren que transportó desde 1830 los primeros grupos de turistas; o los barcos de vapor y sus líneas regulares (aquí entran los destinos insulares como las Islas Canarias, plataforma de las rutas marítimas). Imagen romántica de aquellos pioneros del turismo frente a lo que hoy es el fenómeno de sol y playa que han convertido las costas en un torrente humano en ocasiones agobiante.
Y quién iba a decirlo, pero en ese tránsito de viajeros comenzó a tomar fuerza el turismo de salud, los ‘invalids’, para quienes podían costearse una estancia en las islas y salvarse de morir, a causa de las enfermedades que provocaba la polución de las nuevas industrias y el clima continental. Y así fue creciendo el turismo y desarrollándose la sociedad industrial con el auge de los movimientos sociales y la consecución de nuevos derechos para los trabajadores, creándose las vacaciones pagadas en 1936 por el gobierno francés del Frente Popular, presidido por Léon Blum.

Pues bien, ahí está el meollo del cambio cultural. Los europeos, primero, y luego extendido a otros continentes, crearon el hábito de las vacaciones que, unido a las jubilaciones, dio lugar a una masa de personas ávidas de tener una propuesta para ocupar esos periodos, especialmente cuando el mal tiempo empuja a emigrar como las aves que viajan miles de kilómetros huyendo del frío. Y de ahí el auge del turismo de masas con sus empleos, impuestos, destinos, alojamientos, conectividad y un largo etcétera, porque siempre se habla de revoluciones como cambios de sociedad, pero el turismo es una de las más importantes revoluciones que ha vivido la humanidad, quizás la que a más gente ha llegado en este multitudinario tránsito entre países. Ya estábamos en esas cantidades de más de 1.300 millones de turistas que viajaban de un país para otro, cuando llegó la pandemia y desaparecieron del mapa todos. Una realidad inusual, extraordinaria, que ha afectado a todo el turismo en un primer momento, pero con el paso del tiempo se ha ido recuperando la demanda en determinados destinos y tipologías, salvo en determinados tipos de turismo de masas que necesitan de un flujo constante de clientes en rotación.

De hecho, no se trata de la crisis más grave y duradera. El turismo ha sobrevivido a diferentes tipos de crisis y algunas de ellas han durado años, aunque la salida de éstas ha pasado por reinventarse, crear nuevos formatos adaptados a las necesidades de los turistas y a los avances tecnológicos, los cambios sociales, la mejora de los transportes… También es cierto que en el siglo XX hablábamos de crisis mundiales, mientras que el siglo XXI arrancó con los atentados de las torres gemelas y se caracteriza por las crisis globales que nos ha tocado vivir, sufrir y, lamentablemente, comprobar que no hemos creado los organismos y medios necesarios para evitarlo. Más bien, al contrario.

Pero volviendo al comienzo. ¿Desaparece el turismo? Rotundamente, no. Ni los museos, ni las escuelas, ni los restaurantes o los teatros… ¿Cambiará el turismo? Ya estaba cambiando. Probablemente a peor y por eso la pandemia aprovechó sus propios defectos. Toca reinventarse. O reconvertirse, que ya era hora, en destinos turísticos que no fundamenten su negocio en la masa. Tenemos unas condiciones que animan a pensar en la recuperación, algunas archiconocidas y otras poco aprovechadas. Ahora sólo falta que volvamos a creer y crear.

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