Tetuán


Santiago Gil  //

Los olores, la pátina que deja el recuerdo, una gaviota lejana que vimos volar desde una azotea con sábanas blancas que movía el viento, la canción que alguien tarareaba pensando que estaba solo en su mundo, la estridencia de los colores de algunas estampas, el sabor de golosinas que solo dejaron un rastro de vida en nuestras caries venideras, la memoria, la nuestra, y la que heredamos de los que llegaron antes y supieron contar todo eso que realmente es importante, y no lo otro, lo que tratan de que tenga importancia a todas horas sin saber que se lo llevará el tiempo como se lleva todo en ese torrente incontenible del olvido. 

El libro que acabo de leer cuenta todas esas sensaciones con otros recuerdos. Se titula Tetuán (Editorial Confluencias) y lo escribe Esther Bendahan.

No es fácil saber contar, y menos hacerlo de un tiempo lejano, y en muchos casos desconocido, pero Esther Bendahan sabe contar de maravilla todo lo que recrea: con humor, con ternura, con paciencia y, sobre todo, eligiendo las palabras y los tonos necesarios para que ese viaje a Tetuán, la gran protagonista del libro, se convierta también en nuestro propio viaje. 

Hay muchas referencias históricas, como la vinculación de la ciudad con los amaziguíes ( amazig significa libre); pero la otra gran protagonista es Sefarad ( “Sefarad es España en hebreo y es una palabra que viene por primera vez en la Biblia en Abdías 20”), ese viaje de cientos de miles de personas que se extendió durante siglos por gran parte de Europa y por el norte de África manteniendo el idioma, las tradiciones, los nombres y las raíces, y que ahora nos llega contado por Bendahan, homenajeando esa resistencia de la memoria, como si al final la justicia poética terminara dictando sentencia desde la literatura, con muchas de las palabras de la lengua Jaquetí que nos regala Esther en un curioso y documentado glosario, o con expresiones y refranes que se han salvado milagrosamente gracias a la insistencia de la oralidad y de la memoria del lenguaje. 
“El principio es una biblioteca”, y así debe ser si queremos que este mundo no nos confunda. Cada libro que uno elija por separado nos estará formando de una forma distinta del resto, y será luego la suma de todos esos puntos de vista, cada cual con su opinión y su mirada, la que nos puede aportar algo de cordura. Lo escribe también Esther Bendahan: “uno es del lugar donde aprende a separar la luz de la oscuridad.” 
Y cada mañana hemos de emprender esa tarea como si empezáramos de nuevo, pero sabiendo siempre dónde están los asideros y los valores. En el libro se recuerda al escritor alemán Jean Paul cuando dijo que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Nos lo enseñaron los que mantuvieran viva a Sefarad en medio de las persecuciones y más allá del paso de los siglos    

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