Roma, por Navidad


* La capital italiana permanece inmune al terrorismo yihadista que ha golpeado Londres, Manchester, Berlín, París, Barcelona y Niza

* La eficacia de los servicios de inteligencia y la diplomacia que privilegia la relación con el mundo árabe han abortado por el momento un atentado

* El Ejército y los carabinieris no bajan la guardia, y vigilan estrechamente todos los puntos neurálgicos y de interés monumental

* La huella de España se deja sentir en la Real Academia junto al templete dórico de Bramante, en la basílica de Santa María la Mayor y en el Palacio Doria Pamphilj, entre otros espacios

* Sorprende que el idioma español, pese a contar con 567 millones de hablantes en el mundo, sea relegado o ignorado en centros públicos donde optan por el inglés, francés y alemán

Amado Moreno // 

El visitante, al abandonar la capital italiana en estas fechas navideñas después de una semana de estancia, experimenta una sensación que no había tenido en dos fugaces ocasiones precedentes. Tampoco la había registrado en otras grandes ciudades del mundo. Siente pesar esta vez por la obligación de marchar, más que nunca y que en ningún otro lugar. Comprende y comparte el sentimiento idéntico que hizo exclamar a Chateaubriand: «¡Qué ciudad! Es bella para olvidarlo todo, y para morir».

El viajero, después de cuatro horas y pico de vuelo directo desde Gran Canaria, es seducido nada más llegar. Es de noche, aunque son las cinco de la tarde. Cubre en media hora el trayecto entre el aeropuerto de Fiumicinio y el modesto hotel Reyno, donde queda alojado y del que se despedirá siete días después, tras abonar una tasa turística de 28 euros, entre otros gastos.

El «Reyno» es un albergue, como gusta llamar a los italianos, que resulta familiar por la amabilidad y cercanía de su personal. Situado estratégicamente en la Vía del Corso, importante arteria comercial, a tiro de piedra de casi todo lo que interesa ver y gozar de esta ciudad más que milenaria. La tarifa por la habitación doble es casi la misma que por un cuatro estrellas menos céntrico. La ubicación se traduce en un plus que cotiza al alza para patear por el corazón de la Roma antigua sin necesidad de recurrir al transporte la mayor parte de las veces.

Se encuentra a dos pasos de la Plaza Venecia, que exhibe un árbol navideño que no parece tan horroroso como lo criticaron publicaciones romanas. Reservarian sus elogios no para el ejemplar de la plaza de San Pedro, sino para otro igual de espectacular en el interior del muy animado y selecto Centro Comercial Alberto Sordi, frente a la plaza donde se erige la histórica columna de Marco Antonio, con los relieves que dibujan las múltiples batallas del emperador-filósofo en el siglo II.

El emplazamiento del hotel, una feliz sugerencia de Viajes Insular de Las Palmas, organizadora de un impecable programa, facilita acceder a pie a centros próximos como el Vaticano. Lo hacemos a través del puente de San Angelo sobre el Tíber y junto al Castillo del mismo nombre. El paseo es inolvidable al atardecer mientras se avanza a la plaza de San Pedro, que desde hace semanas luce un Belén que se antoja de influencia napolitana, junto al tradicional abeto navideño. Unos villacincos con la voz de Plácido Domingo a través de la megafonía del entorno contribuyen a crear una atmósfera ambiental apropiada para el momento.

Menos o nada idílica es la realidad de una veintena de excluidos sociales a muy pocos metros. En soportales de la Vía de la Conciliación que desemboca en la plaza de San Pedro empiezan a juntar unos restos de cartones que les servirá de lecho para domir durante la noche, cubiertos con jirones de tela, ante la tolerancia de las fuerzas de seguridad que permanecen de guardia en las inmediaciones.

Más cerca de nuestro alojamiento escogido en la Vía del Corso se encuentran el templo de Adriano, el Panteón de Agripa, la Fuente de Trevi. No mucho más lejanas, sedes institucionales como la presidencia del Consejo de Ministros, la del Senado y la Cámara de los Diputados. Dentro del mismo perímetro, las plazas Navona y de España. Las calles aledañas a esta última siguen siendo establecimientos preferidos de las grandes firmas de moda en ropa y calzado, donde la prenda textil más barata no baja de los 800 euros, y lo normal es que estén por encima del millar de euros.

Son precios prohibitivos para muchos de los paseantes que acaban conformándose con la compra de unas castañas que consideran exquisitas, ocho por cinco euros, asadas paradójicamente en un puesto de la elitista Vía Condotti, que les ayuda a combatir el frío diciembre romano. El termómetro en estas fechas oscila entre los 12 grados de máxima, alguna vez subió a 17, y los cinco de mínima.

No es menos cierto que en calles transversales inmediatas a la Plaza España, así como en la Vía Nazionale y Vía del Corso, los romanos y turistas pueden hacerse con prendas de calidad y diseño original a precios más asequibles para sus bolsillos.

Roma gusta aún más en este mes de diciembre no sólo por su monumentalidad y tesoros arqueológicos y artísticos de siempre. También porque la ciudad respira aliviada. El turismo que invade toda la Ciudad Eterna en el periodo de marzo a octubre disminuye ostensiblemente el resto del año.

Los romanos sienten también el alivio de seguir inmunes al zarpazo del terrorismo yihadista, a diferencia de otras grandes capitales europeas en los últimos tiempos, como París, Berlín, Londres, Manchester, Barcelona o Niza. Aunque la seguridad jamás está garantizada al cien por cien, la ciudadanía y sus servicios públicos transmiten un clima de relajación y confianza que contagia a los visitantes. No deja de llamar la atención internacional que Roma se haya salvado por el momento de brutales atentados como los que han sufrido otras ciudades de la Unión Europea, pese a la constante presión inmigratoria ilegal procedente del Norte de África y a través de Sicilia.

Los analistas atribuyen a varias razones la inmunidad italiana al yihadismo: a la existencia de unos servicios de inteligencia eficientes y conectados sin fisuras con la mayoría de los países, a una diplomacia que privilegia o mima la relación con el mundo árabe, y a un bajo perfil de intervencionismo en conflictos internacionales, que, además, intenta evitar la confrontación con el Islam. Por si todo esto no fuese suficiente para prevenir y abortar la posible actividad del terror islamista, Roma no baja la guardia, y recurre al Ejército con sus soldados, metralleta en mano, y a los Carabinieri para vigilar sus principales centros de valor arqueológico o artístico, sin descuidar el patrullaje policial por los barrios de capital.

Unidades castrenses están presentes lo mismo en la plaza de San Pedro, que en el Coliseo, en la catedral de San Juan de Letrán o en la basílica de Santa María la Mayor. Los militares también controlan con discreción los movimientos en casi todas las plazas, entre otras la de la República, a pocos metros del templo de Santa María de la Victoria, que, coincidiendo con el Año Teresiano, recibe más fieles de lo habitual por venerarse en ella el «Éxtasis de Santa Teresa», admirada escultura de Bernini.

Roma sigue gustando y atrayendo a pesar del desapego, cuando no desdén, con que sorprenden negativamente algunos italianos en puestos de atención al público. No hacen el menor esfuerzo por comunicarse en el idioma del forastero. Parecen denotar cierto hartazgo con el exceso de turismo. El idioma español es relegado a menudo en favor del inglés, el francés y hasta el alemán, en las explicaciones impresas de diversos centros culturales y restaurantes frecuentados por hispanohablantes, pese a que éstos suman la no despreciable cifra de 567 millones en el conjunto demográfico del planeta.

Tal desdén en ámbitos determinados contrasta con la acogida amistosa que, por ejemplo, se dispensa a la colonia italiana asentada aquí en Canarias, hasta el punto de disparar su censo a más de 30.000 residentes. La indiferencia o menosprecio a lo español constatado estos días en algunos círculos o entidades romanas casi dilapida los probados y persistentes esfuerzos en sentido contrario de su diplomacia a través de la embajada de Italia en Madrid. El representante consular en Las Palmas, José Carlos di Blasio, es un ejemplo inequívoco de buen quehacer en la defensa de sus compatriotas italianos y en el fortalecimiento de las relaciones de su país con Canarias y España.

La decepción del turista español en Roma por el aludido comportamiento de algunos anfitriones induce a pensar también que la marca España tan alardeada en los comienzos de la campaña por el anterior ministro de Exteriores, Margallo, ha sido una iniciativa condenada al fracaso, al menos en Italia. Aunque bienintencionada, apenas habría servido para el consumo de la política interna nacional en tiempos remotos y muy complicados en lo económico.

SEMILLA ESPAÑOLA. Sin embargo, pronto descubrimos, y no por casualidad, que la semilla española en Roma no ha muerto. Después de un recorrido por las calles pintorescas, medievales algunas, del tranquilo núcleo de Trastevere, surgido al margen derecho del río Tíber, decidimos ascender a pie al Gianocolo o monte Janiculum, colina ligada al origen político y religioso de Roma. Allá arriba encontramos el edificio de la Real Academia de España, desde donde se divisa una extraordinaria panorámica de la ciudad. Dirigida por María Ángeles Albert desde al año 2015, la Academia, impulsada a partir de 1873 por Emilio Castelar, ministro de la primera República española, e inaugurada en enero de 1881, cuenta hoy con una veintena de becarios dedicados a la Pintura, la Música y el Cine, entre otras disciplinas artísticas.

Su presencia como becario emérito en este centro inspiró al escritor Javier Reverte un libro por encargo titulado «Un otoño romano», cuya lectura es recomendable, pese a no ser de los mejores del autor en cuanto a experiencias viajeras, especialidad en la que ha logrado reputada acreditación con otros títulos.

La Real Academia de España se halla en el espacio denominado San Pietro in Montorio, donde fue crucificado San Pedro. La máxima atracción monumental del lugar es el templete dórico de Bramante, encargado por los Reyes Católicos españoles en recuerdo del fundador de la Iglesia en Roma. El conjunto se alza en el mismo punto que se supone fue martirizado el Apóstol. Bramante era quizás el arquitecto más notables de la época, a quien el Papa de entonces, Julio II, confió primero el diseño y construcción de la Basílica de San Pedro en 1505; su muerte obligó al Pontífice a pasar el proyecto de la misma a Rafael, que fallece prematuramente, luego a Sangallo, y más tarde, a Miguel Angel, artífice decisivo de la grandeza arquitectónica y artística del Vaticano.

Otras manifestaciones no menos significativas revelan la huella española en la capital romana. El Palacio Doria Pamphilj, en la Vía del Corso, expone en una sala exclusiva el retrato del Papa Inocencio X por el sevillano Velázquez, como la principal pieza del museo. «¡Troppo vero!» (¡Demasiado veraz!), dicen que replicó el Pontífice al contemplar su retrato culminado por el pintor español, al que había conocido un año antes, en 1625, en un desplazamiento a Madrid como nuncio. El texto oficial de la galería artística hace hincapié en que este retrato elaborado por Velázquez, magistral como tantos otros suyos de la época, «desafía la fealdad ceñuda de Inocencio X, que hacía sospechar a sus contemporáneos, y sobre todo a sus enemigos, sobre su carácter despótico y rencoroso (…) conservando a lo largo de los siglos el inolvidable rostro discordante de mirada viva y omnipresente».

La singular muestra de Velázquez comparte honores en la pequeña sala con un busto también de Inocencio X, obra de Bernini, que realza la fisonomía del mismo personaje «con la impostación aúlica» que distingue muchos de los trabajos del escultor napolitano, por otra parte homenajeado estos días y hasta febrero, con una monográfica especial en la Galería Borghese, tercer museo en importancia de Roma, después de los Museos Vaticanos (alrededor de 70.000 objetos en sus colecciones) y de los Museos Capitolinos.

Un acontecimiento cultural de primer orden es la citada exhibición actual de la Galería Borghese con Gian Lorenzo Bernini. Por la profusión de creaciones del escultor y pintor de estilo barroco, es capaz de elevar a los cielos a los amantes del arte, en particular a las legiones de fans del artista. El evento representa, a la vez, un potente reclamo para incentivar la temporada turística baja italiana, comprendida entre octubre y el segundo mes del año siguiente.

Connotación española igual de sobresaliente en Roma brinda la basílica de Santa María la Mayor, una de las más hermosas y suntuosas de la cristiandad. El imponente artesonado de la nave central fue embellecido con el primer cargamento de oro traído por los españoles de América en el siglo XV. En su atrio se halla una estatua de bronce de Felipe IV, rey de España, realizada por Girolano Lucenti, pero con la inspiración de Bernini. Cabe recordar que la vinculación de España con este templo se inicia con el emperador Carlos V, y que la relación fue consolidada años después por su nieto Felipe III y su bisnieto Felipe IV, incrementando ambos sus aportaciones para mayor esplendor del recinto religioso.

La cultura y el arte romanos no se limitan a su arqueología, viejos templos y obeliscos milenarios de Egipto, plazas con sus fuentes y los museos o galerías. Se extiende también a su variada oferta gastronómica en osterías, pizzerías o restaurantes clásicos, donde su artesanal pasta sigue siendo el plato estrella. Ideal es degustarlo acompañado de un vino de la Toscana en una terraza frente al templo de Adriano, con una iluminación intimista para una noche otoñal y apacible de diciembre, o bien compartirlo en otra de la romántica plaza Navona. Son dos de los muchos polos con magnetismo de la capital italiana.

Ramón del Valle-Inclán dejó escrito, no en vano, que «en cualquier momento de la vida son de provecho las altas enseñanzas de la vida en Roma». Un mensaje del autor gallego que la Real Academia de España en esta ciudad ha grabado en una de sus paredes para mantener viva la memoria y el amor a la cultura del que fue su director durante la II República. Su frase no ha perdido vigencia pese al tiempo ya transcurrido.


NOTA.- Publicado en el diario La Provincia

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