Las plumas lejanas


Santiago Gil  //

No era fácil. Desde que luchaste contra millones de espermatozoides, desde que muchos millones de años antes una molécula fue mutando o desde que no existía ni siquiera este universo.

Todo lo que tienes delante ahora mismo forma parte de una especie de milagro. Las uñas, el grifo del lavabo, el techo o las nubes que pasan más allá de las ventanas. Casi siempre vivimos como unos consentidos que se creen con derecho a todo por haber nacido, pero ha habido muchos movimientos, muchos azares y mucha matemática para llegar hasta aquí sanos y salvos.

Estos días he sentido ese vértigo de la nada previa al dar los primeros pasos de una película. No hay nada, ni actores, ni localizaciones, ni focos, ni música que suene de fondo.

He estado con el director que va a llevar al cine la novela que publiqué con ATTK Editores, Villa Melpómene. En ella cuento, desde la ficción, pero partiendo de hechos reales, las estancias del músico Camille Saint-Saëns en Gran Canaria. Hace unos años, el mismo director, Juan Manuel Villar Betancort, me contó en un viaje en el que coincidimos en el desierto del Sáhara el argumento y el proyecto de su película Playing Lechona. Tampoco había nada. Parecía que también contaba un sueño lejano.

Me hablaba de que quería rodar en Nueva York o La Habana o de que le gustaría contar con Michel Camilo, Gonzalo Rubalcaba, Chucho Valdés, Omara Portuondo o Ana Belén.

Un buen día me vi en el cine mirando los sueños de aquel soñador que me había contado esa película de Lecuona. Con el proyecto de la vida Saint-Saëns me está sucediendo algo parecido.

Juanma habla de actores, músicos, efectos o localizaciones y todo me parece irreal, como esa vida misma de cada uno de nosotros que les contaba al principio, cuando todavía no hay nada o cuando no sabemos qué nos sucederá mañana ni qué decorados encontraremos en nuestra vida diaria.

Nos movíamos por diferentes lugares del Norte de Gran Canaria y Juanma, en lugar de ver lo que teníamos delante, ya estaba viendo la película en su cabeza. Sucedieron algunos hechos casi mágicos.

Llegamos a ver al perro y a un hombre como Saint Saens paseando junto a Villa Melpómene y también contemplamos atónitos cómo una paloma se estrellaba contra la fachada y cómo, lejos de morir, se quedaba delante de la casona roja mirándonos fijamente a los ojos (en mi novela, la primera imagen es una paloma que sobrevuela la ciudad de Guía a finales del siglo XIX).

De alguna forma entendimos que lo mágico, o lo que nos llega con mensajes cifrados, también forma parte de la vida que vamos viviendo, partiendo de la nada, sobrevolando años como esas palomas que aparecen cuando menos lo esperas. En su vuelo dejó un rastro de plumas en el aire, como si invitara al director a levantar ese mundo que es una película teniendo en cuenta también todo lo que vuela.

CICLOTIMIAS

Hay fotos digitales que amarillean las pantallas.

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