Las estancias


Santiago Gil

También sigues en todas aquellas casas en las que fuiste feliz por lo menos un segundo: en las casas y en el pasillo de un aeropuerto de una ciudad lejana donde un día te cruzaste con unos ojos que no has vuelto a ver, en las escaleras de un centro comercial cuando ella bajaba y tú subías, en una calle de una ciudad de paso en la que alguien te conmovió unos segundos tocando una viola, y también en la entrada de un cine en el que te ibas a encontrar con una de esas historias que luego pasaron a formar parte de tu propia vida. Te vas quedando siempre en muchos lugares de paso.

La entrada en cualquier librería también es una aventura inolvidable que nos ha cambiado la existencia muchas veces con versos o diálogos que repetimos como si ya hubieran venido con nosotros a este mundo. Luego nos quedamos en esos mismos libros y nos reconocemos cada vez que regresamos.

Nos sucede lo mismo cuando volvemos a esas ciudades que creíamos que no habían calado en nuestro recuerdo y que, al volver, nos devuelven el olor de las casas que habitamos, el color de las paredes, el eco de los vecinos o aquel sol que entraba cada mañana buscando un resquicio entre los rascacielos o entre los tejados nevados en donde el humo que salía de las casas se confunde ahora con la nebulosa de nuestra propia memoria. Ni siquiera nos damos cuenta de que guardamos hasta el último detalle de cada vivencia que nos emociona, el perro que nos miraba desde la otra acera o un señor que venía con un gran ramo de flores el Día de los Enamorados.

Y aparecen canciones que somos capaces de repetir de memoria sin haberlas escuchado en veinte años, y en cada una de esas letras se van dibujando rostros o paisajes que parece que tenemos delante de nuestros ojos, peros no nos movemos ni intentamos tocarlos para no quebrar el sortilegio, como tampoco buscamos las caras de los personajes de las novelas rozando las letras de los libros con los dedos. Todo eso se crea en el milagro de la mente, en esa abstracción que nos salva tantas veces del tedio y de la noche.

Creemos que hay días que no dejan huella en nuestra memoria, y sin embargo, cuando viajamos por esas imágenes intangibles, pero tan reales como las manos que acarician los cuerpos que aman, nos damos cuenta de que jamás nos vamos de ninguna parte. Nos quedamos allí donde fuimos capaces de sentir que palpitaba la vida un instante, y así sucede siempre en todos los lugares aunque creamos que no sucede nada y que estamos pasando de largo.

Todo lo que acontece tiene un sentido tan matemático y tan perfecto que, cuando logras entenderlo, casi te dan ganas de ponerte a aplaudir en medio de la calle como un orate asombrado por sus pasos. A veces no entendemos, pero siempre fue necesario todo aquello que nos fue forjando en otro tiempo, la materia que luego construye todos nuestros sueños.

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