Las deshoras


Santiago Gil  //

La poesía  es el género por el que caminas más cerca del desfiladero. Si todo va bien y aparecen el ritmo, las palabras que buscabas y esa especie de sortilegio que no sabes de dónde viene, te puedes sentar a disfrutar del paisaje desde esa altura que cuando no encuentras palabras, ni ritmo, ni magia, solo te genera vértigo y, a veces, alguna caída que prefieres borrar de la memoria y del papel para seguir caminando. Nunca debes volver al poema que escribiste hace años, y muchos menos a los primeros poemas. De ahí viene luego todo, pero en esos versos verás las costuras y verás que el tiempo enmohece o aniquila algunas palabras.

Y no solo la poesía, las propias estaciones nos llegan a veces a deshoras, o llegan tarde, o ni siquiera se asoman nunca a la línea del horizonte. También sucede con la poesía que vas leyendo: a veces es mejor no regresar y otras te quedas sin rozar la emoción cuando lees por vez primera. La escritora argentina Valeria Correa Fiz sí consigue romper todas esas barreras que a veces refrenan la emoción con lo que escribe en su poemario, “El invierno a deshoras”, XI Premio Internacional de poesía “Claudio Rodríguez”, que publica Hiperión.

Ella propone hablar con “la suavidad de las palabras olvidadas”, y además nos recuerda que “para rogar también hay que ser valiente”. Valeria Correa deja que su voz se adentre en cada uno de sus poemas, pero esa voz tiene muchos matices, muchos timbres, muchas batallas ganadas y muchas guerras perdidas. Suena distinta en cada poema.

No es fácil concebir un libro cargado de lirismo y de denuncia social, de romanticismo y de sensualidad desbordante, de ironías y de miradas sabias a estos tiempos que se repiten y que se parecen a los que cantaron otros poetas mil o dos mil años antes: “Cada dos por tres se vuelve a fundar Babilonia,/ cada dos por tres Rómulo mata a Remo, Caín a Abel, un soldado a un civil/ cada dos por tres las bolsas, las bombas, los volcanes exploran destruyendo/las Tablas de la Ley y el Orden Pompeyano”.

No dejamos de fundar Babilonia cada nuevo día que amanece, en Rosario o en Marsella, en Arucas o en Wisconsin. La vida nace cada segundo, no me pregunten de dónde porque para eso escribimos y leemos poesía. Solo reaccionamos con la emoción de un verso, de una canción, de una fotografía o de esos cuadros ante los que nos detenemos mucho más tiempo que delante de un semáforo o de un centro comercial.

Si acaso nos salvamos mirando al océano. También nos salvan los libros. Si no hay poesía no hay literatura. No hablo de rimas ni de métricas sino del ritmo del propio universo literario. Hay corrientes sumergidas, casi siempre dentro de nosotros mismos, a las que solo se llega con versos como los que ha escrito Valeria Correa Fiz. Si uno logra descender por esos meandros ocultos ya puede decir que ha viajado. 

CICLOTIMIAS 

Las mareas del tiempo también erosionan las sombras de tus pasos.

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