La tentación del dominio


Por Santiago Gil

Siempre ha estado ahí, desde el patio del colegio a la entrada de una discoteca, desde la oficina con cuatro empleados a la jefatura de un Gobierno, siempre aparece esa tentación más tarde o más temprano, la del control, el aquí mando yo y se hace lo que yo digo, y bueno, la de todas las versiones, porque son muchas las versiones que nos presenta la historia y la cotidianidad ante esa tentación de coartar la libertad para que nadie te cuestione, ni siquiera civilizadamente. Todos podemos ser un Rey Sol en cualquier momento, y también, si no conocemos valores ni nos han educado, y si no sabemos realmente cómo se ha escrito la historia, podemos convertirnos en pequeños dictadorzuelos de andar por casa o por el Congreso de los diputados.

Esa tentación tan insana ha aparecido cíclicamente a la derecha y a la izquierda, con una sonrisa capaz de amansar a las fieras o con mandobles a diestro y siniestro. Nunca inventamos nada nuevo, si acaso transformamos la materia que ya encontramos cuando llegamos a este escenario tan proteico y cada día más sorprendente. No se puede justificar nunca la censura, jamás, ni tampoco el cuestionamiento de la libertad de expresión. Lo que hay que hacer es perseguir a los tendenciosos y a los gamberros irresponsables y aplicarles todo el peso de la ley. El problema lo tienes cuando has dejado que buena parte de la sociedad no haya accedido a una educación, sobre todo en valores, que le enseñe a protegerse de los manipuladores y de los peligrosos vendedores de crecepelos que aparecen en todas las crisis. El camino no es perder nosotros las libertades: así siempre ganarían ellos, y además encontrarían el terreno expedito si algún día nos gobiernan. La defensa de la libertad de expresión debe ser la única bandera si queremos que haya una convivencia más o menos habitable en nuestro entorno. Así por lo menos aprendí yo de esa generación que muere a diario en los hospitales. En aquella transición de los setenta, los fascistas eran todavía más peligrosos que estos vocingleros. Aquellos mataban y daban palizas por las calles y, sin embargo, todos los demás nos hicimos fuertes en la libertad para sacarlos del sistema y dejarlos como un residuo grotesco que ahora, aprovechando el terreno abonado de los extremismos en las redes y la tontuna televisiva, reaparecen y se enfrentan a los del otro extremo, los políticamente correctos pero igual de incapaces de admitir que alguien piense diferente a ellos, para echar abajo el consenso, la paz social y el entendimiento civilizado de los últimos cuarenta años. El camino nunca puede ser la mordaza o la censura, esa tentación que tanto atrae a quienes gobiernan y a quienes ya dejan claro que no creen en ningún sistema que auspicie la libertad de expresión y la diferencia respetuosa de pareceres.

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