“La razón del trazo”, de Miguel Ángel Contreras Betancor gana la tercera edición del premio de microrrelatos de La Regenta


El jurado destaca que el relato está bien organizado y cada una de sus frases son ingeniosas en su planteamiento.

 

Aurora Moreno, directora general de Promoción Cultural del Gobierno de Canarias, entregó hoy el premio al ganador de la tercera edición del concurso de microrrelato, Miguel Ángel Contreras, destacando la gran calidad tanto del texto premiado como del resto de participantes.

 

En el marco de la XXIX Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, recientemente clausurada, el Centro de Arte La Regenta convocó la tercera edición del concurso de microrrelato cuya temática se hizo coincidir con la exposición de los artistas Martín y Sicilia “Perdona por las cosas que te dije en invierno”, que ha sido el objeto del discurso de los textos.

 

La colaboración de la Librería Canaima ha sido indispensable para que el concurso tuviese mayor proyección pública debido al prestigio que acumula la señera librería de Las Palmas de Gran Canaria, que ha donado un lote de libros para el premio. El jurado, reunido el lunes 19 de junio, formado por los escritores Cristina R. Court y Santiago Gil, y la historiadora del arte y documentalista del Centro de Arte La Regenta, Nuria González Gili, seleccionó el texto ganador entre las 17 propuestas presentadas fallando en favor del texto “La razón del trazo”, de Miguel Ángel Contreras Betancor.

 

Durante la deliberación, el jurado tuvo en cuenta la complejidad de escribir un buen relato, en cuya brevedad se halla la dificultad, ya que éste debe condensar en un máximo de 450 palabras las virtudes de una buena escritura. Los miembros del jurado destacaron la alta calidad literaria de un alto porcentaje de los escritos.

 

Desde las primeras líneas el texto “La razón del trazo” es cautivador. Más allá de una buena sintaxis, en la que recurre a frases largas bien entretejidas, llama la atención el ritmo que va adquiriendo el relato sobre el que el lector “cabalga” para darse cuenta que, de pronto, ya ha finalizado. Asimismo combina con acierto el vocabulario culto, con algunos recursos retóricos, pero llenos de contenido y, por otra parte, el coloquial.

 

El relato está bien organizado y cada una de sus frases son ingeniosas en su planteamiento. Finalmente cumple con uno de los requisitos de las Bases en relación a su vinculación argumental con la exposición “Perdona por las cosas que te dije en invierno”, de Martín y Sicilia.

 

 

La razón del trazo

 

He llegado con gran curiosidad y me reciben unos grafiteros que están a lo suyo, ahí

mismo, justo donde la pared se pierde entre cintas inaugurales, y la gracia de un tal López

inunda la estancia con aires de Gran Vía. A pesar de la creencia —en tiempos de

escasez hay mucho ingenuo— la lírica entre lienzos no está emborronada, tal es así, que

tengo la impresión de haber visto un bigote velazquiano dudando entre el ascensor o la

escalera… disculpa amigo, pero es imposible no prestar atención a unas siluetas que me

observan desde el fondo de aquella sala.

Un tipo moderno de altura intermedia y acné decimonónico, me dedica una mirada aviesa,

pero no me arredro; y al Andy ¡que le den sopa! Y es que en esta coyuntura de gelatinas

binarias, prefiero la serenidad del bosque nocturno y recordar ––cosas de la edad–– a

Tom Sawyer, bandera en alto; o tal vez, perderme en una ceremonia entre lágrimas, de

esas que se pegan al alma y nunca se olvidan.

¿Y la urbe? Está muy cerca, tanto, que a veces acelero la mirada y engaño a la

perspectiva, mas acabo de encontrar cierto sosiego en el ramalazo de un Werther isleño

que otea las nubes mientras vuelan las páginas con el pincel y su razón convertida en

trazo, casi siempre, a lo suyo. Tienes razón, estimado amigo, cuando afirmas que los

dioses nos abandonaron al comprobar que estábamos hastiados de nuestra existencia

––somos unos imbéciles sin remedio–– y como solución sin precedentes optamos por

atrincherarnos entre el salón y la despensa y observar desde la ventana; y hostigar a los

candelabros a ver quién miente a las sombras. Y siempre esa soledad ¿Qué dices de

Edward Hopper?..

La calidez de aquel invierno, ––¡cómo engañan los recuerdos!––, en el que tanto nos

dijimos, nunca pudo con la insolencia de los espejos que devolvieron ––tozudos ellos––

retazos de arrepentimientos.

 

Si continúa navegando, acepta nuestra política de cookies    Más información
Privacidad