La palabra en el tiempo


Santiago Gil  //

Hoy le pido prestado a Antonio Machado el título de esta columna de opinión. Él escribía sobre la poesía: “ni mármol duro y eterno,/ni música ni pintura,/ sino palabra en el tiempo”. Todo texto es esa crónica de la vida que va pasando a medida que transitamos los días y avanzamos confiando en el propio sentido de la existencia. No siempre acertamos, viviendo o escribiendo, pero lo intentamos día tras día, página a página, tratando de buscar siempre el tono, la idea, el ritmo o ese milagro que convierte el significado de una palabra en algo distinto si somos capaces de dar con su ánima y conjugarlo con nuestro propio sentimiento.

Comencé a escribir columnas en los periódicos de papel hace más de veinticinco años, y casi sin darme cuenta he ido escribiendo la crónica diaria o semanal de la vida que veía a mi alrededor, de lo que intuía, de lo que soñaba y de lo que creía que podía hacerse mejor o con más tiento. Si releo ese camino me encontraré con errores premonitorios, con deseos incumplidos y con muchos nombres que ya no cuentan con ningún protagonismo. Ni siquiera nosotros, como escribía Neruda, somos los mismos. Ha habido momentos en que me ha tocado escribir columnas que jamás hubiera deseado trazar. También ahora me toca escribir la desazón y la incertidumbre de los peores tiempos que recuerdo en todos estos años, los más inciertos, los más precarios y los más caóticos, los días en que un virus minúsculo echó abajo aquel mundo que habitábamos y que yo había ido escribiendo sin atisbar nunca un argumento como este, como no pudo preverlo nadie, pero sí es verdad que temíamos que si llegaba un momento así, una crisis de subsistencia en donde demostrar nuestra capacidad de adaptación humana, podríamos vernos huérfanos de compromiso, de solidaridad y de inteligencia. Hemos dejado que la educación y la lectura fueran desapareciendo, y ahora nos encontramos un páramo que solo podemos atravesar con mucho sacrificio y volviendo a rearmarnos con valores y con esa educación necesaria para que todos seamos creativos, empáticos y capaces de entender por nosotros mismos las dimensiones de los días que vayamos habitando. No soy nada optimista, lo reconozco, pero mientras escriba y mientras haya alguien que lea enarbolaré la bandera de la esperanza y de los milagros. Seguiré contando hasta donde llegue, y trataré de que estas palabras ayuden a entendernos y  que, a su vez, los que vengan muchos años más tarde también traten de entender nuestra dimensión humana, el miedo, la desesperación a veces; pero también nuestra capacidad para  seguir remando aun contra todas las corrientes y todos los desastres.

Kavafis dejó dicho que los cíclopes y los lestrigones están dentro de nosotros mismos, que si no los llevamos en nuestra alma y mantenemos un pensamiento elevado no tenemos nada que temer, porque Ítaca es siempre el camino, la aventura que te aguarda, el amor que te puede salvar mañana, la sonrisa que descubres en tu propio espejo cuando te das cuenta de que has sido honesto contigo mismo y que has vivido intensamente cada segundo que te regaló la vida.  Ítaca no engaña,  y ese camino también lo hacemos escribiendo, párrafo a párrafo, hasta dibujar esas teselas que nos ayuden a entender el mosaico insondable de nuestra propia existencia.

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