Michel Jorge Millares // El Festival de Música de Canarias (FMC) está frente a su realidad, liberado del aura de intocable que ha perdurado 33 años, a pesar de tratarse de la apuesta institucional más cara y que hipoteca el resto del abanico de la política cultural autonómica.
La llegada de Nino Díaz, el nuevo director (y van tres después de la larga dirección de Rafael Nebot), conllevó un cambio de programación que incluía más espectáculos y la participación de bandas como las de los municipios de Santa Cruz y de Las Palmas de Gran Canaria. Una incorporación que no creo que sea tan fallida en cuanto a calidad sino a la elección de los espacios donde actuaron. Pero volviendo al tema, la programación de esta 33 edición levantó críticas furibundas y el rechazo más radical de los consejeros del festival y de diversos medios de comunicación.
Pero entre tanto artículo y posicionamientos, no he visto que se aborde lo verdaderamente importante, y es que este festival surge con la excusa de elevar el nivel cultural musical en las islas y atraer turismo cultural. A la vista está que después de 33 ediciones y no se sabe cuántos millones de euros o miles de millones de pesetas seguimos con una sociedad sin un incremento sensible de la cultura musical (y tampoco educación musical, por no decir educación en general), porque la volatilidad de los espectadores en los espectáculos musicales -los no gratuitos- ha quedado de manifiesto, cuando después de 33 festivales debería tomar el testigo la segunda generación de nacidos desde la creación del FMC.
Tampoco se ha producido un cambio en la atracción turística como se anunció desde el principio. En 2016 se vendieron 288 entradas a turoperadores. Puede que alguno más acudiera por sus medios, pero bueno… queda claro que no estamos ante uno de los cometidos que más potencie la organización del Festival, lo cual no me extraña.
Lo dicho, sigo sin entender tanta descalificación y catastrofismo general. Es evidente que en esta edición hay fallos –siempre los habrá, lo sé por experiencia en festivales-, pero no creo que merezcan los artículos u opiniones que se han producido durante estos meses que han desmotivado también a algún que otro espectador indeciso, ni creo que sea el fin del Festival porque mientras pague el Gobierno se mantendrá. Quizás en la crítica haya otras múltiples razones, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de un festival “del” Gobierno de Canarias. Pero lo importante es que acaba de abrirse la caja de Pandora (33 años tarde, tristemente), y ahora podemos -o deberíamos- analizar en profundidad si se cumplen los objetivos iniciales o si en realidad hay objetivos. Mientras, tenemos otras realidades que nos enorgullecen como la Sociedad Filarmónica de Las Palmas, la primera creada en España; los Amigos Canarios de la Ópera que celebran este año su 50 festival… Es la demostración de que la sociedad civil puede hacer las cosas bien, por mucho menos dinero y por mucho tiempo.