Jardines de Gran Canaria, del amor al arte


Por Míchel Jorge Millares //

Recibir un libro como ‘Jardines de Canarias. Provincia de Las Palmas’ (2020), dirigido por Flora Pescador y en el que colaboran doce autores, es un estímulo para los sentidos. Dice la directora en su introducción que los jardines “están dirigidos a la percepción, a los sentidos, a las emociones, a la creatividad, a la belleza…” y al amor. Así se lo comenté tras disfrutar de este trabajo, y coincidimos que hay historias de amor tras cada planta, árbol o jardín, comenzando por el de Chano Corvo, en los altos de Los Tilos de Moya, cuya historia relata magistralmente José Miguel Alzola. Flora me adelantó que probablemente haya una nueva edición con otras incorporaciones tan sorprendentes de jardines.

Esta obra es una oportunidad para disfrutar de una ruta de belleza, arte y emociones que se transmiten a través de los cinco sentidos, con espacios que podemos encontrar en nuestra isla. Solo hay que echar a andar los sentidos. Y así lo hacen millones de personas en este turismo de nicho en crecimiento, y más tras la pandemia. Un producto turístico que tiene en España una realidad bastante alejada de la riqueza y biodiversidad que tiene el Estado, no así en Canarias, donde hay varios jardines de proyección mundial. De hecho, los inicios históricos de los viajes para descubrir jardines y casas de campo se remontan a la época victoriana (s XVII) y a los mismos orígenes del ‘Grand Tour’ , de donde viene la propia palabra ‘Turismo’.

Cada jardín o árbol singular,  tiene una historia. Y estos libros (o los de Leoncio Rodriguez. ‘Los árboles históricos y tradicionales de Canarias’. 1946. Dos tomos) recogen una parte. La más reconocida. Pero hay jardines que también son escenarios. Tienen su propia historia, innumerables. Tantas como miles de isleños que habrán vinculado una planta, un árbol, un jardín al recuerdo de un ser querido. Y lo pude comprobar esta mañana al visitar el antiguo drago de Luis Verge, en Valsequillo. ¿Quién sabe de sus orígenes, hace 230 años? Poco puede decirse de ese momento lejano, cuando el negocio de la barrilla está en pleno auge y el del vino se hunde, debido a la guerra hispano-británica. De hecho, podría coincidir el nacimiento de este drago con la derrota de Nelson en Tenerife y la pérdida de su brazo. Lo que sí es cierto es que uno de los descendientes del drago se alza, a gran altura, esbelto y poco frondoso. Fue plantado siglos después para honrar la memoria de un hijo querido.

Pero hay otras historias de jardines y amores trágicos. Quizás la más sorprendente sea la del jardín de Chano Corvo, un descendiente de portugueses que se asentaron en Gran Canaria para cultivar azúcar, si bien Chano se aleja progresivamente del negocio y se convierte en un personaje amante de las artes e interesado por la botánica, al conocer el Jardín de Aclimatación de La Orotava y al botánico Hermann Wildpret, “y cada vez se agranda más en él el deseo de convertir las tierras altas de Doramas en un bello jardín”. También se relacionó con el músico Luis Rocafort, quien “se hizo construir una casa en las lomas del barrio de San Roque, cuya fachada reproducía el órgano de la catedral de Las Palmas que él tocaba a diario. La Casa de los picos”. Estas historias y muchísimas más forman parte del libro ‘Don Chano Corvo. Crónica de un jardinero y su jardín’ (versión en pdf), que narra la belleza de la selva de Doramas, su agonía y la historia de este singular personaje, cuya novia murió de tifus. “Chano se encerró con su pena”… “La hurañía se apoderó de él” sólo deseaba estar solo. La familia decidió que debería viajar por Europa para abandonar su dolor, llevando en su maleta un recuerdo: las trenzas de Pino Quesada, su malograda novia. En Madrid visitó a los hermanos varones de Pino, Juan (la calle Juan de Quesada está dedicada a él) y Miguel. En París encargó un relicario con las trenzas. A su regreso a Gran Canaria vuelve cargado de plantas jóvenes. Tiene decidido su futuro: “escapar de todo esto, abandonarlo para siempre y pronto. Las tierras de Doramas se le representan como la promesa de paz y de retiro que anhela”.

La deforestación de la selva de Doramas había sido tan enérgica que la finca de Corvo era entonces un calvero. Y Chano plantó “pinos, robles, plátanos del Líbano, pinos, eucaliptos, dragos, mocanes, lentiscos, barbusanos, el viñátigo y el til, el laurel y el escobón como muestra de la flora vieja de la isla”. Y construyó invernaderos y quiso, “inspirándose en el Botánico de París, que una hermosa rosaleda constituyera el centro del parque”, trayendo ejemplares de la Península, Francia y Bélgica, que finalizaban en un cenador cubierto de hiedra en parte, rodeado de hortensias, geráneos, claveles, romero, bignonias, heliotropos y embelesos, con la música de la acequia. No tuvo tiempo de aburrirse ni de pensar. “Él descubrió el remedio contra el mal que le afligía el ánimo: trabajar sin descanso, pero en un escenario que no le recordara el pasado”. Trabajar en el comercio que tenía en la calle de La Peregrina “le hubiera significado la muerte; en cambio, cultivar flores, plantar árboles, crear belleza fue para él vida, confianza y seguridad en sí mismo”.

El jardín creció, y creció en Chano Corvo la ilusión y un sentimiento que daba cabida al amor. Y la felicidad volvió a su vida tras iniciar una relación con María Guadalupe Cabral, con quien la madre de Chano no quería una relación matrimonial por diferencias de clase. Durante dos años, María tuvo una vivienda propia que le arregló Chano, hasta que tuvieron una hija. Esta situación dio lugar a una boda secreta autorizada por el obispo Padre Cueto… Pero esa es otra historia. El jardín curó el corazón roto de Chano.

Otra historia de amor, otro jardín de inspiración y reconocimiento mundial es el Jardín Botánico Viera y Clavijo, el más grande de España y el mayor banco genético de flora (a pesar de ser el gran olvidado en los artículos especializados, donde apenas de habla de La Alhambra y del Jardín de Cactus manriqueño), tiene también una historia de amor poco conocida en sus orígenes… La de Eric Sventenius con Lotti (Charlotte) Schrader. Madre de Barbara Friecke, la mujer del creador de los refrescos Clipper (Octavio Juan Gómez) y cuñada de Mercedes Juan Gomez, la mujer del inolvidable Jaime O’Shanahan.

Lotti llegó a la isla en compañía de Otto Kercher (había sido responsable del Palace en Madrid, durante la época de la Residencia de Estudiantes, entablando amistad con Lorca, Buñuel, Dalí…) para gestionar un hotel en la capital, pero los propietarios dieron marcha atrás y se hicieron cargo del Hotel Lentiscal. Otto dio su apellido a Lotti, pero con el tiempo el amor surgió entre ella y el botánico.

El hotel contaba con diez habitaciones. Un establecimiento tranquilo y familiar. Otto era un gran cocinero. Uno de los huéspedes habituales del hotel era Sventenius, el creador del Jardín Botánico Viera y Clavijo. Erik Ragnor Svensson (1910-1973), como en realidad se llamaba, trabajó de forma muy cercana con Jaime O’Shanahan.

Jaime buscó alojamiento a Sventenius en el Hotel Lentiscal. Era ideal por su cercanía al Jardín y porque conocía a sus regentes, ya que Lotti era la suegra de su cuñado Octavio. Allí siempre había una habitación reservada para don Enrique, como le llamaban, aunque en ocasiones se quedaba a dormir en una de las cuevas del Jardín o en alguno de los barrancos de la isla buscando nuevas plantas. Lotti y Sventenius se conocieron en el hotel. Sventenius, finalmente pidió matrimonio a Lotti.

Al morir Otto Kercher, Lotti dejó el hotel. Ella continúo su relación con Enrique, yendo todas las tardes al Jardín a acompañarle a cenar en el restaurante del Jardín. La tarde noche del 23 de junio de 1973, después de la cena, acompañó a Lotti a la parada del ‘pirata’ y al cruzar la carretera, de regreso al Jardín, fue mortalmente atropellado. Esto supuso un duro golpe para Lotti que, a las puertas del altar la vida le arrebató su último sueño. En su desolación, intentó suicidarse. Pudieron salvarle la vida en extremis y al despertar sollozaba diciendo “¿Por qué no me han dejado morir?”. Lotti reharía su vida.

Los jardines tienen eso, lo curan todo. Y viviendo en el Jardín de las Hespérides, en los Campos Elisios o en el Jardín de las Delicias… ¿Cuándo vamos a valorar nuestra naturaleza y el amor a nuestros paisajes?

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