Hombres como Don Antonio


Maximiano Trapero //

Hombres como Don Antonio

Hombres como don Antonio de Bèthencourt no deberían morir nunca. Eso decimos todos cuando de una persona relevante, valiosa, nos dan la triste noticia de su fallecimiento. Hombres que han hecho tanto bien a la sociedad que su pérdida deja vacíos irremplazables.

Vivió don Antonio de Bèthencourt una vida tan plena, tan larga (97 años), tan dedicada por entero a la investigación y a la docencia, que pocas como la suya podrán merecer el calificativo de la excelencia.

Para mí no hay la menor duda: Don Antonio de Bèthencourt ha sido uno de los mejores intelectuales que ha dado Canarias en el siglo XX, y que con mayor dedicación y acierto se ha dedicado a conocer e interpretar nuestro pasado histórico. De su extenso currículo académico e investigativo se destaca siempre un hecho para mí también indudable: su condición de maestro. Puede decirse que la moderna y brillante escuela histórica de Canarias tuvo en don Antonio de Bèthencourt a su principal impulsor. Y esa escuela es hoy reconocida internacionalmente: gran número de sus discípulos forman hoy el núcleo central de los Departamentos de Historia de las Universidades de Las Palmas y de La Laguna como Catedráticos y como Profesores Titulares, aparte los otros discípulos de la UNED formados bajo su dirección.

Muchas fueron las cualidades intelectuales y humanas de don Antonio de Bèthencourt, pero para mí destaca una sobre todas: su humanidad; el apego que tenía al hombre, al colega, al amigo, al discípulo, al simple conocido. Para todos tenía siempre la sonrisa pronta y la palabra de ánimo, el elogio cuando era el caso y el reproche amable cuando era de suyo, el interés por las cosas de los demás, la memoria alerta por resolver los asuntos de interés general, la disposición permanente para los temas de Canarias. Y el entusiasmo vital. Siempre a punto, siempre renovado. Un optimista admirable. Una de esas personas a quien siempre deseaba uno encontrar, y saludar, para recibir de él la sonrisa y la palabra de ánimo.

No haré yo el catálogo de las ocupaciones y puestos que llenaron su biografía, otros lo harán, sin duda. Solo diré que el nombre de Antonio de Bèthencourt, aun sin ser de mi especialidad, él historiador, yo filólogo, está tan vinculado a mi vida académica que ocupa el arco entero de mi biografía profesional. Empezó con su participación en el tribunal que juzgó mi tesina de licenciatura. Fue después quien me impuso el birrete de Doctor, siendo él Rector de la Universidad de La Laguna: el retrato de aquel acto cuelga de la pared que tengo enfrente de mi escritorio, y a Don Antonio veo de continuo. Y finalmente ha sido Antonio de Bèthencourt a quien yo debo la distinción del Premio Canarias de Patrimonio Histórico que el Gobierno de Canarias me acaba de conceder. Fue don Antonio de Bèthencourt quien me propuso, habiendo sido él mismo Premio Canarias de la misma modalidad en el año 1992. Y en medio de esos dos extremos una vida entera compartiendo relación, proyectos comunes y una amistad que nunca desfalleció.

Don Antonio. Ese es el nombre con el que nos dirigíamos a él quienes lo tratábamos. Un título el de Don que ya no se usa, metida como está esta sociedad nueva en el concepto erróneo del trato igualitario, pero que sin embargo resulta inseparable de quienes lo llevaron durante toda su vida con la dignidad y el merecimiento de Antonio de Bèthencourt.

Mucho nos costará hablar de Don Antonio en pasado. Estaba él tan presente en todo, era tan abarcadora su presencia, tan potente su nombre, que habrá podido la muerte con su vida, pero nunca podrá borrarnos su memoria.

Gracias, Don Antonio, por habernos dado tanto.

Nota.- Publicado en La Provincia

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