Fallece Almudena Grandes a los 61 años en Madrid a causa de un cáncer


La prolífica autora Almudena Grandes ha fallecido este sábado a los 61 años a causa de un cáncer y ha dejado un extenso legado de obras de gran repercusión que le ha permitido ganar numerosos premios literarios. Hace poco se convirtió en abuela.

De todos modos, no empezó escribiendo libros, ahora consagrados en cualquier biblioteca personal o librería, sino textos para enciclopedias. Estudió Geografía e Historia, pero su pasión siempre fue la literatura, como ha demostrado sobradamente. Es una de las grandes escritoras contemporáneas de España.

El pasado 21 de octubre, en un artículo en El País, hizo pública su enfermedad: «Seguiré estando aquí, escribiendo un artículo en esta misma página cada dos semanas, y en la contraportada del diario todos los lunes. Ese espacio, sagrado para mí, porque me permite mantener el contacto con mis lectores en cualquier circunstancia».

Además, se mostraba dispuesta a afrontar la enfermedad de cara. «Entre todos los personajes que existen, mis favoritos son los supervivientes, y no voy a defraudarme a mí misma», escribió Almudena Grandes en el artículo titulado ‘Tirar una valla’, de la citada publicación.

Como señala Tereixa Constenla en El País, Grandes tenía la curiosidad de la historiadora y la potencia de la novelista. Ambas cualidades le permitían construir unos artefactos redondos, donde el rigor científico y la documentación estaban al servicio de una trama pensada para emocionar y remover. La literatura nació para eso, para vivir otras vidas y llorar otras penas. La historia lo hizo para acreditar que otras vidas y otras penas existieron. Almudena Grandes, desde luego, no inventó la novela histórica, pero sí una manera de hacer novela histórica singular, marcada por su propia formación como historiadora, que la empujaba a acreditar cada detalle real (no hay más que ver las notas finales de sus libros, donde expone cuáles fueron los hechos y cuáles las elucubraciones literarias), sin que nada de esto empañase su pulso narrativo. Sobre los Episodios reflexionaba en 2017 en una entrevista: “Esta serie me ha devuelto al proyecto de historiadora que fui. La que ha ajustado cuentas es la historia conmigo. Un montón de años después me ha demostrado hasta qué punto es importante lo que estudié. Probablemente yo no la habría escrito igual si no fuera historiadora”.

El pulso literario estaba ahí desde siempre, desde que protagonizó uno de los estrenos más exitosos de la joven literatura de la joven democracia. Con Las edades de Lulú (1989), su primer libro, se convirtió en un fenómeno. Nadie había oído hablar de aquella licenciada en Historia que destripaba con atrevimiento el deseo de una mujer sin caer ni en la sensiblería de la novela romántica ni en la pornografía de los cines X. Con aquel relato que arrasó en ventas, ganó el premio La sonrisa vertical. Era la literatura justa que necesitaba una sociedad que se quería desprender de la pelusa pacata del franquismo, transformar sus vivencias más íntimas y, también, la que empezaba a sentir cierta desilusión política. Un estreno tan influyente en su historial que muchos de los obituarios que le están dedicando la recuerdan como la autora de Las edades de Lulú, como si la quincena de libros de ficción posteriores no le hiciesen sombra.

Y se la hicieron. Grandes, que podría haberse perdido y convertido en la autora de un solo éxito, logró trazar un camino literario propio marcado por novelas icónicas como Malena es un nombre de tango o Los aires difíciles, por citar dos títulos anteriores a su etapa de novela histórica, y que acabarían encontrando una gran acogida internacional. Con los Episodios sintió, sin embargo, que encontraba una misión, proporcionar el relato de las vicisitudes de unos personajes a los que también se había desterrado de la literatura durante décadas. Por esos libros circulaban seres reales que habían protagonizado el siglo XX español, desde la Pasionaria (hay que leer a Inés y la alegría para desprender a Dolores Ibarruri de su manto de virgen comunista y adentrarse en su pasión por el militante Francisco Antón) al siniestro psiquiatra eugenista Antonio Vallejo Nájera que desfila por La madre de Frankenstein o el presidente del Gobierno Juan Negrín, al que coloca en su exilio londinense al frente de una conspiración para devolver por vía diplomática la democracia que se perdió por las armas. Un riesgo de aúpa, poner a seres reales a vivir ficciones. Ella explicaba su método: “Para escribir una novela así hay que llegar a un equilibrio perfecto entre la libertad creativa y la lealtad a la verdad histórica”.

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