El turismo como espacio de consumo


Por Míchel Jorge Millares //

Me invitan a una entrevista para un programa en el que voy a departir sobre turismo con el periodista Carlos Sosa. Por lo que me adelantan acerca del contenido sobre el que girará la conversación y puestos a pensar, veré cómo puedo condensar en varios mensajes mis ideas y la información adecuada para que pueda caber en la dictadura del límite temporal que impera en los programas televisivos. Sobre todo, porque vivimos en una de las épocas más convulsas de la historia de la humanidad. No es una guerra, ni una revolución política, sino una pandemia que afecta directamente a la movilidad, a la conectividad y, por tanto, al turismo.

El turismo en sí mismo no es mala cosa. Incluso ha sido y es el factor de desarrollo en determinados territorios, mucho menos agresivo con el medio que una industria o que algunos tipos de infraestructuras, si bien es extensivo en el consumo de territorio, invasivo al agregar población circulante y, si es mal gestionado, genera poca renta en el destino.

De ahí que el turismo ha generado en los últimos años varios de los neologismos más populares y extendidos, a la vez que tienen connotaciones polémicas: Turismofobia (odio al turista por los problemas de masificación), Gentrificación (transformación de un espacio urbano deteriorado o en declive a partir de la rehabilitación edificatoria que provoca un aumento de precios de las viviendas), o Turistificación (impacto que tiene la masificación turística en algunos barrios o ciudades). Y es que el turismo es un fenómeno de masas global, el sector económico mundial de mayor crecimiento en las últimas décadas, por lo que sus bondades y perjuicios también aumentaron.

La conectividad, la movilidad, el desplazamiento… esa capacidad de viajar que ha desarrollado la humanidad a lo largo de su historia es la que se ha convertido en su propio talón de Aquiles, tal como ha demostrado la propagación de la Covid-19. De ahí que les simplifique la historia del turismo en 4 etapas principales: Argonautas, Grand Tour, Turismo de masas-charter y Turismo low cost.

La etapa de los argonautas, desde el descubrimiento de la piragua hace 9.000 años, o la rueda hace 5.500, hasta el siglo XVII dC. Lo que incluye a los descubridores, los conquistadores, los científicos y aventureros. Todo esto ha sido perfectamente explicado hace un siglo por el profesor lanzaroteño Federico Doreste, en su libro ‘Argonautas. Historia de la navegación’. Es en el siglo XVII cuando surge el antecesor del turismo moderno y el origen de la propia palabra, cuando los jóvenes aristócratas británicos comienzan a realizar sus viajes iniciáticos -y costosos- en busca de la belleza clásica como parte o punto final de la formación que recibían. La revolución industrial y la aparición de los trenes en 1820 da lugar al turismo de masas en escalas que van creciendo año tras año, evolucionando con la aprobación de leyes como la de las vacaciones pagadas (Gobierno del Frente Popular francés de Léon Blum. 1936), y que tiene su mayor auge gracias a la irrupción de los vuelos charter en los 50/60 del siglo XX. Por último, el Turismo low cost y del todo incluido, figuras que han desarrollado los problemas sociales indicados al comienzo: turistificación, gentrificación y turismofobia, a causa de la conversión del ocio como consumo de masas.

Todas estas etapas, no me canso de repetirlo, están detalladas en la historia del turismo en Canarias, lo que nos convierte en un manual de estudio para comprender este fenómeno.

Pero ya que estamos, aprovecho para dar un repaso a lo sucedido en el siglo XX y hasta nuestros días. No olvidemos que a comienzos de siglo vivíamos nuestra primera época durada de turismo de salud. En 1910 se contabilizaban 15 hoteles en Tenerife (entre Santa Cruz, Puerto de la Cruz y La Laguna) y otros 15 en Gran Canaria (en la capital y Santa Brígida). Hoy el turismo se centra en las zonas del sur, soleadas, y de costa. En Gran Canaria contamos actualmente con 591 hoteles y complejos de apartamentos y 426 en Tenerife; Lanzarote cuenta con 260; La Gomera, 185; Fuerteventura, 163; La Palma, 124; y el Hierro, 31. Faltaría desglosar La Graciosa de esta publicación de Statista.com. En aquellos años de comienzos del XX, la capital grancanaria contaba con 63.000 habitantes y recibía 3.500 turistas al año (5.000 en Tenerife, según Josefina Domínguez Mujica que destacaba el atractivo isleño por el «ambiente plácido y reparador»). Unas cifras incomparables con la actualidad, ya que se trataba de largas estancias que dieron lugar a que se crearan Clubes deportivos, balnearios, rutas turísticas al Teide, o la de la Vuelta al Mundo en Gran Canaria, una isla que recibió más de cuatro millones de turistas en 2019 y que contaba con 171.333 camas. 

Pero el turismo dependía de la conectividad y los problemas comenzaron a constatarse en 1914-17 con la I Guerra Mundial; en España con periodos de dictadura y ‘dictablanda’ apoyadas desde la monarquía de Alfonso XIII (1923-32 con un crack bursátil por medio en 1929); seguido por una Guerra Civil (36-39), una II Guerra Mundial (39-45); la dictadura y aislamiento de España (1941, Mando Económico de Canarias) hasta 1953 donde se comienza a restablecer las alianzas con los pactos de Madrid con EEUU y el Concordato. 1959 Plan de Estabilización y posteriores Planes de Desarrollo, con un papel importante del turismo que determinaría su posterior crecimiento: captar divisas para poder financiar el desarrollo industrial.

Y a todo esto, ¿quiénes gestionaron el turismo durante la dictadura y la irrupción del turismo chárter? De entrada, sería la larga etapa (1938/53) como director general de Turismo de Luis Bolín. Sí, el mismo que recibe de su director de ABC (Torcuato Luca de Tena) un talón del magnate Juan March un mes y medio antes de la sublevación militar para gestionar el alquiler del avión Dragon Rapide para trasladar a Franco desde Gando a Agadir y Casablanca para dirigir a las tropas del norte de África que serían trasladadas con los aviones de la Legión Cóndor enviados por Hitler

Bolín trabajaría en sus últimos años bajo el mando del ministro Arias-Salgado, empeñado en el turismo de peregrinaciones jacobeas, Si bien el gran revulsivo de este Ministerio de Información y Turismo sería Manuel Fraga Iribarne, quien lo dirigió durante la década de los 60 creando la mayor parte de organismos y la legislación que lo soportaría durante décadas. Al frente de este ministerio de reconversión turística de todo lo que tuviera algún sentido además del sol y playa (no olvidemos los programas de recuperación del patrimonio histórico como ‘Misión rescate’) para atraer inversores extranjeros. Le seguirían al frente del ministerio Sánchez Bella, Fernando de Liñán, Pío Cabanillas, León Herrera, Adolfo Martín-Gamero, y ya en la etapa de Adolfo Suárez, sería Andrés Reguera. Posteriormente, el turismo dejaría de ser cartera ministerial y pasaría a un segundo plano en el escalafón ministerial. Hoy día figura en el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo y representa el 14,6% del PIB español, el 36% del de Canarias.

Las carencias de un país ruinoso, una dictadura alejada de la modernización económica que se producía en Europa, fueron abordadas con una política de venta de territorio en zonas hasta entonces improductivas en las costas de España que tanto atraían a los europeos del norte. En realidad, aquello fue -y sigue siéndolo- consumir el espacio para convertirlo en espacio de consumo. Algo que podría ser positivo, dependiendo de qué tipo de consumo ofrecemos. Si fuera la modernidad, la sensibilidad cultural o medioambiental que promovieron Néstor Martín-Fernández de la Torre o César Manrique (y sus numerosos discípulos y seguidores), podríamos estar hablando de una actividad turística sostenible e incluso beneficiosa, pero no ha sido así. Pero el modelo ha seguido derroteros alejados de los objetivos o principios planteados por los artistas y visionarios. Sin embargo, todavía podemos comprobar por el número de empleos y el volumen de negocio el éxito de las iniciativas de César a través del organismo de los Centros de Arte, Cultura y Turismo (CACT) del Cabildo conejero.

Y la cuestión inevitable. ¿Estamos ante un monocultivo que acabó con el resto de sectores? De entrada, podemos comprobar que se extendió por suelos improductivos, ahora muy valorados por su calidad ambiental, pero en su momento sin apenas valor. Un nuevo poblamiento que necesitaba mano de obra, agua, electricidad, servicios… Lo que transformó la vida laboral de miles de canarios que pasaron de ser aparceros/as o empaquetadores/as, a convertirse en albañiles, camareros/as de comedor o habitación, además de recepcionistas y otras muchas actividades que comenzaron a surgir para dar servicio a los cada vez más numerosos turistas. Paralelamente se produjo la capitalización con divisas y el rentismo. Incluso ha sido clave en el surgimiento y consolidación de la pequeña actividad industrial (principalmente de producción alimentaria) de las islas.

Todo no fue coser y cantar. Ha habido sucesivas crisis de todo tipo, exógenas y endógenas. La crisis del petróleo a comienzos de los 70; a finales de la misma década la provocada por la liberalización de precios y la primera huelga general del sector. Y otras muchas, pero el turismo en Canarias siempre rebrotó. Precisamente porque no es un monocultivo sino un policultivo, como bien señala Antonio Garzón: Golf, spa, gastronomía, cultura, medio ambiente, consumo agrícola, turismo activo, incluso de estrellas. No ha sido así con el resto de sectores que están protegidos o subvencionados como el agrícola o el industrial, ya que no son competitivos en el mercado global. En defintiva, a pesar de que podría ser mucho más rentable (aunque algunos empresarios del sector me tilden de utópico e irrealista), el turismo es el sector que mueve la economía y ha hecho crecer la recaudación del IGIC y el volumen del PIB en las últimas seis décadas en Canarias.

¿El futuro? Pues creo que pudimos hacerlo mejor. Siempre se puede mejorar todo lo pasado, pero podremos actuar una vez sepamos cómo queda de tocado el sector tras esta pandemia. Teniendo en cuenta que el turismo no es sólo sol y playa, alojamiento y perritos calientes. Hemos tenido grandes aciertos y graves errores, pero habrá que buscar el equilibrio que nos permita recuperar la actividad con mayores rentabilidades, teniendo en cuenta numerosos factores, entre los que destaco que tenemos los espacios de mayor calidad ambiental y clima; Infraestructuras y servicios; que el empleo será de baja cualificación si no apostamos por ofertas complementarias de mayor valor añadido; fortalecer nuestra estacionalidad de todo el año; estimular a nuestros jóvenes para que los empleos que se generen sean ocupados por ellos/as y no por foráneos que son más proactivos; mejorar los costes y sostenibilidad de la demanda energética y de agua; mejorar la gestión y reutilización de residuos junto a otros tipos de contaminación; reducir la dependencia alimentaria; control de la masificación; buscar fórmulas para evitar que las crisis turísticas contagien la economía local; mejorar la coordinación para actuar frente a los intermediarios (turoperadores, compañías aéreas, de cruceros…); acabar con el laberinto político y legislativo y unificar criterios de la marca común y de los distintos productos y destinos que conforman las Islas Canarias. ¡Y no olvidar las enseñanzas de Néstor y César…

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