El péndulo del tiempo aborigen


// Por Míchel Jorge Millares

Gran Canaria ofrece una enorme variedad de paisajes y localizaciones extraordinarias. En estos platós naturales en miniatura, visitamos desiertos, selvas o ciudades de ambos lados del Atlántico, y también está Acusa, un paraíso místico y armonioso, una Shangri-la para descubrir en lo más profundo de Gran Canaria, rodeada de montañas y coronada por los símbolos naturales de una isla donde cada rincón es simbólico, cada paisaje único y el tiempo se mide como una calma tropical. Pero en este recóndito observatorio se corona el cielo, con el Roque y el Bentayga como friso de un santuario natural declarado Patrimonio de la Humanidad.

El escenario impresiona, rodeado de riscos y acantilados, Acusa se eleva para mostrar la gran caldera de hundimiento, un impresionante colapso telúrico, rodeada de más de 500 láminas de roca subvolcánica (cone sheet), permiten imaginar y hasta sentir la colosal erupción y posterior explosión para crear la gran depresión de 18 kilómetros de diámetro máximo y hasta 1949 metros de altura, erosionada por la lluvia y el viento, en cuyo centro está Acusa.

Acudimos a un lugar que emociona al contemplar la perfecta conjunción entre la cumbre y los astros, un paisaje que inspira canciones que emocionan en la voz de Alfredo Kraus, e impactantes descripciones literarias, junto a imágenes paradisíacas que pueblan las redes.

En esos momentos decisivos de la órbita terrestre, el altar de la tierra amada, que es también tempestad petrificada y ahora montañas sagradas, adquiere un nuevo sentido. Nace el ritual, la convivencia entre lo científico y lo espiritual. En Stonehenge, el ser humano construyó un Observatorio ritual. En la Caldera de Tejeda, la tierra creó su propio reloj estacional para la isla. Y el lugar se pobló de santuarios.

Sólo un par de días tiene lugar el fenómeno que permite contemplar desde esa meseta, rodeada de vertiginosos barrancos, los primeros rayos del sol abrirse paso entre los dos roques. Sólo en ese lugar se puede ser testigo de un acontecimiento que despierta todos los sentidos. En el día más corto y el más largo del año. Donde los dos roques marcan las fechas de los solsticios como un péndulo, de lado a lado, de invierno a verano. Durante unos instantes se abre ese foco de luz sobre Acusa y crece la energía que da calor a nuestros cuerpos. El sol se exhibe con toda la plenitud en la cercanía o distancia entre la Tierra y el Sol, en su máximo perigeo o apogeo.

El espectáculo que ofrece la naturaleza -dos veces cada año-, atrae y atrapa a personas que disfrutan de un espectacular amanecer con un escenario sorprendente. Una explosión de luz y color que atraviesa los dos grandes pitones basálticos, dando comienzo la secuencia del haz de luz que señala varios de los lugares arqueológicos más sorprendentes dedicados a invocar a su dios ‘Magec‘, el astro rey del sistema solar. Sus primeros rayos iluminan la zona de acantilados donde se encuentra la Cueva de los Candiles, decorada con más de 300 triángulos púbicos. Desde lo alto del Bentayga, un almogarén (lugar de culto religioso) dirige las ceremonias del sol con solemnes representaciones y el uso de leche de cabra, gofio, miel, como recuerdan los guías de Turinka. La investigación permite comprobar que este guión, marcado por la naturaleza, creó una cultura para un pueblo ligado a su paisaje y a las puntuales señales de los astros.

Algunas posibles definiciones de este acontecimiento en el idioma Amazigh, de los antiguos pobladores, son muy descriptivas de lo que se puede vivir con todos los sentidos en estas efímeras experiencias. Para ellos, el solsticio de diciembre era la Puerta del invierno, y el de junio es el Triunfo del sol. Incluso hay una descripción del astro rey como «la/lo que posee resplandor, brillante».

En Acusa, el solsticio se produce en una puerta triunfal, resplandeciente, brillante y vibrante. La esfera celeste adquiere una luminosidad única que extiende sus cálidos rayos por los acantilados que desperezan en silencio reverencial. El deseo de captar todo produce una ceguera de embriaguez de luz. Y el recuerdo de lo vivido queda grabado en la memoria, como un sentimiento que nos acerca al pasado desde un instante eterno.

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