El éxito que dañó a Puerto Rico (Mogán)


Por Míchel Jorge Millares //

El desarrollo turístico de Mogán se precipitó -literalmente- hace medio siglo, con la proyección de urbanizaciones que en sus planteamientos originales pretendían ser modélicas, lo que contribuyó a su rápido éxito y declive. Así fue el caso de Puerto Rico, cuyos promotores incorporaron innovaciones de repercusión internacional, pero aquel sueño derivó en una masificación que se alzó hasta cubrir las montañas de apartamentos inverosímiles. Y tan alta fue la escalada de construcciones que apodaron a aquella colonización urbana de los acantilados como ‘urbanismo en cascada’.

Los comienzos tuvieron lugar en Patalavaca, con los apartamentos Doñana levantados sobre la playa -marcando tendencia-, al ser el primer núcleo turístico que serviría de impulso para el desarrollo del que entonces era el pueblito de pescadores de Arguineguín. Junto a Patalavaca se desarrollarían varios hoteles en primera línea de los que destaca Anfi del Mar, el resort de ‘time sharing’ que durante los años 90 se situó entre los mejor valorados en el mundo, ideado por el emprendedor noruego Björn Lyng, que se hizo famoso como inventor de las cajas fuertes Elsafe, así como por la patente de cabezas de diamante perforadoras de petróleo, propietario de centrales térmicas y recluso en un campo de concentración por ayudar a huir a perseguidos por los nazis alemanes. Todo un personaje, que logró levantar su emporio sobre la marea y el dominio público marítimo-terrestre.

Otro núcleo, actualmente el de mayor oferta alojativa del municipio, es Puerto Rico, iniciativa de la familia Roca, y tras el que encontramos la visión del arquitecto Manuel Roca Suárez. La inauguración oficial de este centro turístico tuvo lugar en 1972, hace 50 años, por el ministro de Información y Turismo, Alfredo Sánchez Bella.

El proyecto y primeros pasos del desarrollo de Puerto Rico fue un revulsivo -más allá de la isla- para el sector turístico, para el urbanismo y la ingeniería en aquel momento. Recordemos que se trataba de un barranco donde no había ni luz eléctrica, y los obreros acudían a la tienda de ‘aceite y vinagre’ de la hija de Sánchez (el ‘encargado’ de la finca), donde les servían refrescos de una nevera que funcionaba con gas. En ese barranco dedicado a la agricultura de exportación (como casi todas las tierras cultivables en la costa moganera), se diseñó la primera playa artificial calculada en el mundo con dique y puerto deportivo, con un proyecto del ingeniero Pedro Suárez Bores, discípulo de Ramón Iribarren, que realizaran junto a Casto Nogales el proyecto de la playa artificial de Las Teresitas. Bores sería el autor del obras en Los Gigantes (Tenerife), Los Cancajos (La Palma), el frente marítimo de Barcelona y también presentó una propuesta para el de Las Palmas de Gran Canaria, cuando se estudiaba transformar la actual Avenida Marítima, y otra para la costa de Veneguera. También hay que destacar que la urbanización de Puerto Rico fue la primera en Canarias que contó, desde su origen, con depuradora y emisario submarino. La zona baja del barranco se estableció como zona libre para disfrute de los visitantes y equipamiento. La urbanización tenía prohibido el levantamiento de edificios que impidieran ver las montañas que rodeaban el barranco. Hoy sólo se ven construcciones…

En el equipo técnico del proyecto figuraban personalidades como el propio Manuel Roca (autor de edificios tan destacados como el Hotel Fariones en Tías, o el Cristina en la playa de Las Canteras), el arquitecto Agustín Juárez Rodríguez (colaboró en obras como el Auditorio Alfredo Kraus o el Teatro Pérez Galdós), y el ingeniero José Fernández Muñoz.

Puerto Rico supuso un empujón a la fiebre especulativa y urbanizadora que se extendió por el municipio a finales de los setenta, cuando se realizó la carretera de la costa de Mogán, la cual ya preveía los accesos para los proyectos de urbanización de casi toda la costa: Amadores, Tauro, Playa del Cura, Los Frailes, Medio Almud, Tiritaña, Taurito, Playa de Mogán (y Veneguera, aunque en este caso la carretera tardaría más de una década en construirse de forma ‘espontánea’). Las crisis evitaron que todo se ejecutara.

Unos barrancos se salvaron y en otros se permitió lo indecible por un Ayuntamiento en el que los técnicos municipales de la época tuvieron un nefasto protagonismo que trascendió fuera de las islas, tras la denuncia de un notario por amenazas y coacciones en la constitución de la Junta de Compensación de la urbanización de Playa del Cura. O el procedimiento abierto por el Cabildo Insular para retirar las competencias urbanísticas al Ayuntamiento tras los vertidos ilegales en la costa para construir un paseo entre Taurito y Playa de Mogán.

Puerto Mogán fue otro caso de iniciativa original y sorprendente. Su impulsor, el conde y bohemio Rafael Neville, quería convertir aquel puerto deportivo y pesquero en la Marbella del Atlántico, atrayendo a la ‘jet set’, logrando convertirlo en un lugar de reclamo para embarcaciones de lujo que cruzaban el Atlántico.

Las crisis turísticas (de oferta, de demanda, de turoperadores, etc.), las movilizaciones sociales como ‘Salvar Veneguera’, contra la masificación y a favor de las leyes de Espacios Naturales (1987), o de Moratoria Turística (2001), alteraron los ritmos del desarrollo de la entonces famosa Costa Mogán, un destino que antes de la pandemia recibía un millón de turistas cada año en sus 35.000 camas alojativas entre hoteles y apartamentos, situadas mayoritariamente en pequeños núcleos en la desembocadura de barrancos, junto al mar. Una franja litoral que urge de una remodelación y renovación que de solución a los errores cometidos (o provocados) en un pasado no muy lejano.

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