Rivero con Ortega, vicepresidente de UD Las Palmas

El amigo de Faycán


Santiago Gil  //

Fue un lunes de la década de los noventa del siglo pasado en Diario de Las Palmas. Había una gran foto de un pastor alemán y un hombre que le dedicaba su columna de opinión y hablaba de aquel perro como de su mejor amigo. El perro se llamaba Faycán y el hombre que escribía aquellas emocionantes palabras era José Rivero Gómez.

Pepe había estado muchos años en Inglaterra. Amaba a los perros y era uno de mis mejores amigos. Por aquel entonces era un periodista admirado, uno de aquellos veteranos que se acercaba y te daba consejos en la Redacción. Yo lo leía antes de ser periodista. Me gustaban sus columnas sobre el fútbol inglés de los setenta y los ochenta. Coincidimos durante años en la 301 de Global. Yo venía de Santa Brígida y él se subía en Tafira. Contábamos con veinte minutos diarios para hablar de fútbol, de política y, sobre todo, de literatura.

Siempre estaba al otro lado del teléfono para aclarar cualquier duda. Se ha ido sin escribir la historia de Timimi. Lo hablamos muchas veces. Timimi fue un gran perdedor que ganó una Liga con el Betis, lo fichó el Real Madrid y acabó muriendo, vagabundo y alcohólico, en la zona del Muelle Grande. Sé que dejó bosquejos de esa historia. También sé que dejó poesía inédita y corregida. Hace unos años me llamó una mañana y me enseñó una gran oficina de la calle Torres.

Me dijo, con aquella solemnidad campechana tan suya, que quería dedicar aquel espacio para un museo de su abuelo Domingo Rivero. Yo no le dije que aquel proyecto me parecía una locura, pero benditas locuras las de Pepe. Con el tiempo, se inauguró aquel museo y se ha convertido en una referencia en la cultura de Gran Canaria. Allí presenté mi última novela, y allí encontramos una segunda casa muchas personas que lo vamos a echar mucho de menos.

Era el encuentro alegre por la zona de Triana, el señor con tirantes y sandalias que parecía un turista inglés de los años setenta, el que estaba todo el día abriendo puertas a sus amigos, el que logró que la obra de Domingo Rivero contara, cien años más tarde, con el reconocimiento nacional que merecían sus versos. Deja dos hijos y una mujer a la que quería con toda su alma. Y deja huérfanos a muchos amigos. Hoy tenía que haberlo llamado para felicitarle, pero lo que recibí fue el golpe helado que ahora nos llega en mensajes de wasap que dejan congeladas las pantallas. Se fue el amigo de Faycán, un buen hombre al que vamos a echar mucho de menos.

 

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