Del turismo social franquista al Imserso, crónica del ‘baby boom’


// Por Míchel Jorge Millares

Hoy el turismo social se llama ‘Programa de Vacaciones para Mayores del Imserso’ , la oferta de vacaciones para aquellas personas jubiladas que necesitan ocupar su tiempo y que pueden disfrutar de infraestructuras turísticas a precios asequibles. En realidad, es una fórmula para mantener cierta actividad en temporada baja que, en la Península, es casi todo el año salvo el verano, Semana Santa y poco más (como es el caso de las estaciones de nieve).

Se da la circunstancia de que la gran mayoría de beneficiarios del Imserso vivieron también tiempos difíciles en su infancia y adolescencia, cuando viajar era un privilegio de pocos, cuando el turismo extranjero trajo las divisas para un país subdesarrollado (entonces apenas existía la deslocalización industrial y Europa comenzaba en los Pirineos).

El Gobierno de la dictadura creaba el ‘turismo social’,  dentro de su ‘Obra Sindical de Educación y Descanso’, en diciembre de 1936, siguiendo el modelo de la organización italiana Opera Nazionale Dopolavoro (OND) que había existido durante el régimen fascista de Mussolini. Denominada en sus comienzos ‘Alegría y Descanso’ -nombre de claras resonancias nazis-.En sus primeros años de existencia mantuvo contactos con la organización nazi ‘Kraft durch Freude’, llegando a firmarse un convenio de cooperación entre ambas en 1943. Este organismo se centraba en eventos deportivos y de adoctrinamiento, promoviendo una red de albergues e instalaciones por el Estado, pero también lanzó ofertar de viajes al extranjero como alternativa a la falta de opciones, aunque la imagen de aquellos folletos recordaba más a las películas de los horrores de los campos de concentración y a la emigración masiva de mano de obra española a los países del ‘Mercado Común’ (la Comunidad Económica Europea, surgida del Tratado de Roma en 1957, con España excluida), que a un folleto prometiendo experiencias y parajes de ensueño.

España vivía su transición de la autarquía a los procesos de la etapa del Desarrollismo, con el Plan de Estabilización (1959) y los tres Planes de Desarrollo posteriores. Fue el período en que el Opus Dei se hizo con el poder económico del país, favoreciendo la entrada de inversores (turismo, fábricas  de Rensult, Citroen…) en los ‘polos de desarrollo’ con los que impulsaron una industrialización tardía (gracias a las divisas de los emigrantes españoles y del turismo), que acabaría en un estrangulamiento económico en los años 70 y una sucesión de reconversiones que continúan medio siglo después.

Fue, precisamente, en los setenta cuando se aprobó la jubilación a los 65 años, mejoran la esperanza de vida, las infraestructuras turísticas y de transportes, y se idea el programa  de vacaciones para la tercera edad, con el fin de aprovechar las instalaciones turísticas de la península, que padecen el problema de la estacionalidad, con la consiguiente mejora de estabilidad en el empleo del sector. Una actividad que comenzó con 16.000 usuarios y ya superaba los 600.000 antes de la pandemia. Curiosamente, estas vacaciones apadrinadas por el Estado, vuelven a conectar a la generación del ‘baby boom’ (nacidos entre los 50 y los 70) con el pasado, con aquellos recursos de turismo social a través de la obra sindical de Educación y Descanso, mientras hoy son beneficiarios de un sistema que les permite viajar, sólo que a diferencia de los primeros viajes de Educación y Descanso o el Inserso, ya no es un descubrimiento para ellos, sino una forma de vida.

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