Carmen


Santiago Gil  //

No todo el mundo sale en la foto. Hay quien se queda siempre detrás. Buscan la mejora de la sociedad en la que viven y que los cambios perduren más allá de su tiempo. Son otros muchas veces los que sonríen en las fotografías y los que aparecen en placas o en los libros de historia.

La historia se lleva escribiendo de esa manera desde el principio de los tiempos. También hubo tiempos, no muy lejanos, en los que una mujer no podía hacer su vida como quería, y mucho menos querer cambiar la historia.

Durante la transición democrática hubo una mujer que jugó un papel determinante en las decisiones de Adolfo Suárez y del mismo Rey de España. Se llamaba Carmen Díaz de Rivera. Su militancia posterior la llevó a la PSP de Tierno Galván y acabó su carrera política en el PSOE, pero en los primeros años de los setenta su puesto como jefa de gabinete de Adolfo Suárez fue clave para el entendimiento, el consenso y las decisiones que cambiaron la historia y dejaron atrás cuarenta años de Dictadura.

En la legalización del Partido Comunista, por ejemplo, Carmen fue la que más influyó en Suárez y la que se acercó a Carrillo buscando confluencias. Estos días he leído un libro que publicó la periodista Ana Romero en 2002, poco después de su muerte. Había leído muchas referencias de ella en los artículos de Francisco Umbral, y su nombre aparecía muchas veces cuando hablaba con quienes estuvieron en primera fila en aquellos convulsos años de la transición democrática, pero no conocía la dimensión humana de Carmen, las muchas aristas de su existencia.

Sí sabía de su drama personal, de cuando estaba a punto de casarse con el amor de su vida, el hijo del falangista Serrano Suñer, con quien había convivido desde la infancia sin saber que era su hermano. Esa historia quebró su vida para siempre y marcó su destino y su carácter. Pero lejos de quedarse en el camino, Carmen nadó como los salmones cuando remontan los ríos, a contra corriente, con valentía, con inteligencia, buscando certezas, eso es lo que decía todo el rato.

Defendió a carta cabal políticas medioambientales que la llevaron al enfrentamiento con quienes no veían, como siguen sin ver algunos, que lo que no hagamos nosotros ahora por salvar el planeta lo pagarán nuestros hijos y nuestros nietos. Su amigo, el periodista Rafael Fraguas, la describe citando una frase que le escuchaba siempre: “la generosidad es la forma suprema de la inteligencia”.

Amaba el mar y amaba el desierto porque decía que en ambos lugares no había más que verdad. Las vidas transitan y las olvidamos cuando quienes las protagonizan desaparecen, pero muchos pasos de esas existencias sirvieron para que nosotros viviéramos mejor nuestro presente. Carmen Díaz de Rivera es hoy en día una mujer olvidada. Pero los libros no olvidan. Ni tampoco las hemerotecas.

CICLOTIMIAS

Un mundo sin librerías sería un apocalipsis.

 

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