Aquellos delirios de grandeza


Santa Cruz quiso contar con piezas de arquitectos de renombre internacional pero el intento se salvó en muchas ocasiones con el ridículo más sonoro

Noé Ramón

La percepción que los canarios tenían de su realidad a finales del pasado milenio y comienzo del nuevo era radicalmente distinta a la que existe ahora. En aquel entonces las perspectivas no podían ser más optimistas. Quizás debido a factores económicos como el boom inmobiliario o políticos como el nacimiento de Coalición Canaria (CC), primer partido de obediencia estrictamente autonómica, los canarios pensábamos que éramos capaces de casi todo. El Club Deportivo Tenerife jugaba en la liga europea, Rosalía y Pedro Guerra copaban las listas de música nacionales y los índices económicos era positivos de forma creciente.

Pero al final no sólo saltó por el aire el boom inmobiliario si no también una fuerza política que, visto con la perspectiva que da el tiempo, desde el minuto uno trabajó más a favor de los intereses de sus líderes que por los ciudadanos del Archipiélago. El delirio de grandeza de algunos de los dirigentes políticos llegó al punto de que por un segundo pensaron que la ciudad podía albergar piezas de los principales arquitectos mundiales. Costara lo que costara.

Aquel sueño en parte se cumplió. Pero se hizo o bien a base de pagar cantidades multimillonarias que superaban con creces a los presupuestos iniciales o ejecutando obras que no tenían mucho que ver con la idea de su autor. En general, lo que predominó fueron enfrentamientos entre políticos y los arquitectos y un bochorno de ámbito internacional.

Perrault

Dominique Perrault acudió a Tenerife atraído por un concurso de ideas cuyo objetivo, curiosamente, era evitar que se construyera en el frente de Las Teresitas. Quizás por primera vez en la historia se quería contar con un arquitecto para que no levantara edificio alguno. Ganador de aquel certamen que aceptaron con aparente mala gana los propietarios de los terrenos, los empresarios Ignacio González y Antonio Plasencia y el asesor de la Junta de Propietarios, Mauricio Hayek, la eminencia francesa aterrizó en la Isla sin sospechar dónde se metía.

Lo cierto es que aquí apenas pudo levantar en San Andrés un edificio llamado Infobox que, en teoría, iba a desaparecer una vez que concluyera el proyecto de la playa. Su único objeto era albergar una especie de exposición sobre la obra principal. Al final la herencia de Perrault se limita a ese inmueble hecho de acero cortex y rodeado de unas mallas metálicas que vuelven a los vecinos literalmente locos por el sonido que causan con el constante zumbido del viento. Hasta el punto de que varias veces han remitido cartas a la oficina del arquitecto francés en París para que las retire y desde donde les han hecho tanto caso como en el Ayuntamiento. Ninguno.

Ya es historia como acabó la aventura encabezada por el exalcalde, Miguel Zerolo, para evitar que se construyera en la playa. Tanto él como su concejal de Urbanismo, Manuel Parejo, los empresarios, Hayek y dos técnicos terminaron entre rejas condenados por malversación de fondos y prevaricación. En el caso de Perrault vio como no se ejecutaba su proyecto y durante años viene reclamando que le paguen cuantiosos honorarios.

El enfado del equipo de este arquitecto fue tal que decidieron dar un sonoro portazo calificando de “chapuceros” a los dirigentes municipales. No era para menos. Las obras tuvieron que pararse ante una sentencia judicial que dejaba en el aire la propiedad real de los terrenos sobre las que se levantaba, lo que se dio en llamar el mamotreto. Un gigantesco edificio dedicado a aparcamientos y centro comercial en el que pese a sus descomunales dimensiones cabían todo tipo de ilegalidades: entre otras que se levantó mientras se fijaba la línea de deslinde o incumplir todas las determinaciones urbanísticas del Plan General. Poco después acabó siendo derribado tras emitirse otra contundente sentencia con órdenes de prisión incluida.

Por si fuera poco el enfado de Perrault por paralizarle el proyecto, la falta de previsión del Ayuntamiento y las deudas que no se acababan de pagar, años después ve con pavor que el diseño hecho por Gesplan para la playa era un clon del suyo propio. Anunciaron la presentación de un recurso en los tribunales pero como sólo se trataba de un esbozo y no de un proyecto concreto, las amenazas quedaron temporalmente paralizadas.

Zaera Polo

Herzog y De Meuron

Mejor suerte, dentro de lo malo, ha tenido el equipo de arquitectos suizos, Herzog & De Meuron. Al menos ellos pudieron ejecutar un proyecto a medias como es la renovación de la plaza de España y otro en su totalidad, el Museo TEA. Lo que no consiguieron es llevar a cabo el previsto hotel en terrenos del Puerto, no se sabe muy bien por qué razón. En cuanto a la plaza de España en realidad lo que se les permitió ejecutar fue una especie de remiendo estilo Frankestein, de manera que el futurista proyecto inicial se vio mezclado con la conservación de los elementos franquistas y la recuperación de una puerta de piedra desaparecida hace años y que no se sabe muy bien qué pinta por allí. Nada que ver con lo que habían planificado los autores del estadio olímpico de Pekín. Ahora queda por ver si respetarán su idea para el conocido como muelle de Enlace. Otra pieza que junto con la del TEA parece sacada del futuro. Inspirada por extraterrestres. Una visión quizás demasiado avanzada para la sociedad chicharrera.

Zaera Polo

El ridículo más espantoso lo hizo también el Ayuntamiento de Santa Cruz y el Gobierno canario con el arquitecto español de renombre internacional, Alejandro Zaera Polo. Ambas instituciones contactaron con él para encargarle la redacción de una enorme torre que iría situada en Cabo Llanos, en teoría el nuevo Santa Cruz, pero al final otro ejemplo más de voracidad urbanística. La gigantesca obra albergaría el edificio de usos múltiples del Gobierno canario. Hubo reuniones e incluso viajes del conocido como arquitecto de los rascacielos a Tenerife. Pero poco más. Pasado el tiempo Zaera Polo haría unas agrias declaraciones en las que se quejaba también de la falta de seriedad de los dirigentes políticos y anunciaba su retirada de cualquier proyecto que se pensara llevar a cabo en la Isla. Ni siquiera reclamó dinero, seguramente porque sabía que no le iban a pagar. O que el esfuerzo no compensaría.

Con Santiago Calatrava la cosa salió medianamente bien. Quizás porque se mantuvo al Ayuntamiento alejado en todo lo posible del proyecto. El arquitecto pudo ejecutar el Auditorio aunque bien es cierto es que el presupuesto pasó de los iniciales 24 millones a casi 75. Ahora los tribunales están decidiendo quién debe afrontar los gastos que ocasionan la mala calidad de los elementos usados, pese a su coste multimillonario. Otro tanto ocurrió con el cercano Recinto Ferial acabado en 1996, obra del mismo arquitecto aunque su diseño apenas puede ser calificado de básico. También aquí son constantes las denuncias por el mal estado del inmueble y los daños que se originan cada vez que caen cuatro gotas.

Calatrava

En su momento llegó a haber conversaciones con Rafael Moneo, el arquitecto de las catedrales. El objetivo era que construyera un gran templo frente al Auditorio en una parcela que el Ayuntamiento había cedido al Obispado. La vergüenza propia y ajena vendría cuando se declaró ilegal esta cesión en cuanto un Estado laico no podía entregar a una religión en concreto unos terrenos estratégicos de gran valor. Seguramente nadie llamó a Moneo para contarle lo que había pasado.

Ejemplo de lo mal que encajan las propuestas arriesgadas en Santa Cruz de Tenerife, son las continuas discusiones sobre la continuidad del espacio cultural El Tanque, premiado en el ámbito internacional y objeto de denuncias pidiendo que desaparezca por parte de algunos vecinos de la capital. Su continuidad es más bien una cuestión que tiene que ver con la esfera de los milagros.

Una consecuencia añadida a toda esta serie de desatinos es que los arquitectos locales que en su época suponían la avanzadilla intelectual de la ciudad, se quedaban en el paro y acabaron en el mayor de los descréditos. Pasaron de ser la pesadilla del poder a convertirse en artistas de cámara, en el mejor de los casos o simple bufones en los restantes. Seguramente con el fin de poder sobrevivir al precio que sea.

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