Alonso Cueto


Santiago Gil // 

Cada libro del escritor peruano Alonso Cueto es un viaje hacia nuestros adentros, un aviso de lo que nos rodea, una esperanza en otras miradas que nos tropezamos por la calle, el pasado que evocan nuestros ojos y que a veces quiere olvidar nuestra cabeza, la emoción contenida en la sencillez del verbo, ese sueño necesario que anida en las ficciones, la literatura como una batalla en la que nunca se gana pero de la que siempre se sale confiado en que el ser humano es algo más que un manojo de músculos, nervios y huesos. Leer a Cueto es recorrer esos senderos del alma que solo alumbran quienes escriben dejando rastros ocultos detrás de todas las palabras.

Las letras se nutren de la vida de quien las traza, de las pérdidas que se transforman luego en belleza o en emociones que no sabemos por qué nos detienen en una página o caminan con nosotros para siempre ayudándonos a mirar un poco más lejos al final de cada paso.

Llegué a Cueto hace muchos años leyendo La hora azul, una de las mejores novelas que he leído nunca, por suerte reeditada una y otra vez por Anagrama. Luego me acerqué a otros libros suyos y tuve la inmensa suerte de coincidir con él en varios actos en México hace un par de años.

Encontré lo que he encontrado siempre con los más grandes: una persona cercana, un hombre al que te dan ganas de abrazar desde que lo tienes delante, un escritor de hablar cadencioso y de largos silencios en los que parece que está escrutando tus adentros. Estos días Planeta ha editado en Perú su última novela, titulada La viajero del viento, pero las posibilidades digitales hace tiempo que acabaron con las fronteras literarias y he podido leerla como si estuviera en Lima. Habla de la memoria, de la soledad, de la guerra, de las crueldades humanas, del amor y del paso de los años. No quiero contarles nada del argumento para que se sorprendan como me fui sorprendiendo yo a medida que avanzaba en esa prodigiosa novela.

Aparece la noción del tiempo en el mundo andino, en donde la palabrañawpa significa “pasado”, pero también significa “delante”, y sobre ese tiempo y la principal protagonista escribe Cueto lo siguiente: “Ella había sido siempre la viajera de un viento que tenía que seguir soplando, hacia un destino que no tenía nadaque ver con ella, una ruta en la que viajaba de espaldas, rumbo a un lugar en el que no podía mirar hacia adelante.” Esa viajera se parece mucho a algunos de nosotros de vez en cuando. También se parece el resto de viajeros que transita por el libro, cada uno tratando de orientarse para salir airoso de esa travesía diaria que es la existencia. Me quedo con esta frase que también aparece en la novela: “Uno puede luchar contra los recuerdos pero no contra el pasado.” Por eso quizá la literatura es uno de los pocos faros que tenemos para no extraviarnos.Creo que leemos para salvarnos.

Ciclotimias

Las sombras llegan mucho más allá de nuestra mirada.

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