El último viaje de Luján

JAVIER ESTÉVEZ | 09 de agosto de 2015

Javier Estévez

Creo que tenemos una deuda con Luján. Creo que la producción artística del imaginero guiense merece hacer el viaje que el escultor no hizo nunca en vida. Y creo que ya va siendo hora de que desde Canarias se organice una exposición antológica de Luján en Madrid, epicentro cultural del país, o en Sevilla, como capital de la imaginería procesional o en Murcia, región de donde procedía Blas Sánchez Ochando, quien vio en el artista guiense a un potencial Salzillo al descubrir, siendo aún niño Luján, sus innatas aptitudes como artista.

Gracias al trabajo del cronista Pedro González-Sosa sabemos que Luján Pérez nunca estuvo en la península. Ni becado por Carlos III en su niñez como creyó la tradición popular ni en su madurez. Visitó Tenerife varias veces y el único viaje que hizo fuera del archipiélago fue a Cuba. Quería ver una máquina ingeniada para moler caña de azúcar. No viajó más.

Hay una anécdota que revela el potencial interés que tendría una exposición de su obra en la península. En el verano de 1987, en Madrid, comenzó a circular el rumor entre los restauradores de que en los talleres del Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura se estaba restaurando un Cristo de una belleza excepcional. Una efigie tallada en pino canario, con una anatomía perfecta, enjuta y maravillosamente dramática, a pesar de la serenidad que arrostraba la cabeza inclinada. Era la talla del Crucificado de la Vera Cruz, de Luján, que tuvo que viajar a Madrid para que arreglaran los desperfectos sufridos como consecuencia de una desgraciada caída que tuvo durante la Procesión del Viernes Santo del año referido. Los expertos que desfilaron por el taller pudieron contemplar in situ la obra del artista guiense que gracias a una delicada intervención había podido, al fin, salir del archipiélago y alcanzar la capital cultural y política del país. Lo que nunca pudo hacer su autor.

Creo que saldar esta deuda histórica es un acto de justicia con el artista. Quizás sea justicia poética, pero es de justicia al fin y al cabo. Patrocinar, doscientos años después de muerto, el último viaje de Luján. 
 

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