Günter Grass. El ciudadano incómodo

Diego Talavera | 15 de abril de 2015

Su vida puede ser una novela

Günter Grass siempre fue el ciudadano incómodo en la Alemania de los últimos sesenta años.  Novelista, escultor, grabador y dramaturgo, Grass estuvo dotado de un genio creador diverso y exuberante que lo ha investido de un alto prestigio moral y de una reputación considerable en el oficio literario. Vivió uno de los periodos más tormentosos de la historia de su país, el de la derrota en la Segunda Guerra Mundial y el drama de la división  alemana. De un lado la adhesión incondicional a la Unión Soviética del régimen estalinista de Pankow y del otro la sumisión obediente a EEUU del sistema implantado en Bonn. Grass se unió a los intelectuales de izquierda, dinámicos y políticamente comprometidos que constituían el Grupo 47.

Su vida puede ser una novela. Después de haber sido reclutado para el Ejército a los 16 años como miembro de las Juventudes Hitlerianas ingresó en la unidad de élite paramilitar del partido nazi Waffen-SS, luchó en la Décima División Blindada Frundsberg, fue herido en el frente y finalmente cayó prisionero de los aliados hasta el final de la guerra. Todo esto lo recogió en un hermoso libro autobiográfico que tituló Pelando la cebolla (2006), por el que recibió injustamente feroces críticas dentro y fuera de su país.

Tras  el conflicto, trabajó de tallador de lápidas sepulcrales, batería en una banda de jazz y traficante del mercado negro. Estaba preparado para cualquier oficio menos el de la claudicación. Cuando se estableció en París en 1956 escribió El tambor de hojalata, que fue la obra que le dio renombre y consideración en los medios literarios. Desde ahí inició una brillante trayectoria hasta obtener el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1999. Para Grass la literatura da voz a los perdedores, a quienes no hacen la historia, pero la historia les ocurre. “La literatura vive de la crisis y su función es profanar cadáveres”, afirmó. “Al final, todos seremos culpables o víctimas”. Dijo en más de una ocasión que estamos inmersos en una larga lucha para civilizar al capitalismo salvaje, donde solo se reclama una cosa: más mercado. Un mercado que invade todo, que ahoga a los individuos.

Los canarios debemos estar orgullosos de que Günter Grass eligiera en los últimos años de su vida la isla de La Palma para disfrutar de largas temporadas de vacaciones gracias a que uno de sus hijos adquirió hace años una atractiva casa terrera en el municipio de Puntallana. En más de una ocasión se le vio pasear con sus nietos por la calle Real de la capital palmera dejándose fotografiar con los que le reconocían con la humildad y la timidez propia de un genio. Su insobornable posición política y su pulcritud moral lo han investido de esa aureola de los grandes elegidos en el siglo XX.

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