Imitadores

SANTIAGO GIL | 26 de octubre de 2015

CICLOTIMIAS: A veces la vida solo se entiende en un cruce de miradas.

Aprendemos mirando lo que hacen los otros. Lo descubres en los niños. Por eso es tan importante que los niños se encuentren espejos limpios en los que poder mirarse. Si nos ven caminar, ellos  caminan poniendo un pie delante de otro hasta que logran dar varios pasos sin caerse al suelo. Nosotros también imitamos durante muchos años, e hicimos todo aquello que nos fueron mandando. Pero luego llega un momento en la vida en el que cada cual ha de improvisar su propio mapa. Si te juntas todo el tiempo con la manada, te caerás menos veces; pero serás un poco más gris y no tan original como esperabas.

Lo difícil es salirte del grupo sin aislarte, mantener un pie dentro de la realidad y poder conseguir que el otro esté pisando sobre terrenos más creativos e inexplorados. Entonces es cuando comienza la búsqueda del equilibrio, el ser o no ser de Hamlet con el que Shakespeare nos sigue preguntando todavía desde el escenario, y si nos vamos un poco más lejos el arjé de la fisis de los griegos o aquel agua  de Heráclito de Éfeso en la que nunca nos bañábamos dos veces.

Un amigo me decía el otro día que el mundo no está para que lo imite nadie. El mundo no sé, pero hay que intentar que los niños no sigan imitando lo que aparece cada día en los telediarios. Vivimos unos tiempos en los que no podemos dormirnos pensando que la libertad o la justicia estarán siempre a salvo.

Y no digamos el valor del esfuerzo. ¿Cómo le explicas a un adolescente que la vida es una carrera de fondo y que lo único que vale la pena es lo que se consigue luchando sin traicionarte y sin venderte a falsos oropeles? Cualquier pisaverde de esos que se encierran en las casas  y ganan dinerales mientras otros gritan como orates en los estudios de televisión te pueden echar abajo el futuro de un adolescente. Alguien me dijo un día que a la cima puedes llegar arrastrándote como una serpiente o volando como un águila. Lo fácil es arrastrarse, pero he visto trepar a muchos que traen tanto barro y tanta putrefacción que cuando llegan se sienten más derrotados que los que fueron pisando para ir subiendo esa montaña. Los que llegan dignamente saben que todo es efímero y que han de seguir andando para intentar mejorar el mundo con sus pasos. 

Y a veces, cuando no encuentran camino ni ven cima alguna a la que seguir subiendo, tienen que pararse y trazar ellos mismos un horizonte o inventarse utopías para seguir caminando.  Se equivocan muchas veces, porque los que no imitan todo el rato saben que corren el riesgo de caer luego desde las laderas más altas. Pero también aprendieron a comenzar de nuevo cada mañana. Realmente no olvidan nunca que empiezan de nuevo cada mañana. Si lo olvidaran se convertirían en unos mequetrefes como esos que desaprovechan su vida metidos en esas casas que salen a todas horas en las pantallas.

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