Vida mágica tras los incendios


Por Míchel Jorge Millares.

El origen volcánico de Gran Canaria se manifiesta en toda su fuerza en la resistencia y la adaptación ante el fuego de los seres vivos de este territorio insular. La flora canaria surgió de una tierra moldeada por la lava ardiente, el cerco del mar y su refrescante agua, el sol tropical, el viento del Sáhara y el alisio que se detiene sobre las islas para girar hacia el Caribe.

Los bosques de este pequeño territorio saben que hay dos amenazas constantes para su supervivencia, la falta de lluvias y los incendios. La acción del hombre también fue devastadora, pero hoy es su principal cuidador. Aun así, con todos los recursos humanos y mecánicos a su disposición, el fuego no es controlable si la humedad, temperatura y viento unen sus peores condiciones para ensañarse sobre la biosfera isleña. Y hay especies que se adaptan mejor que otras (o aprovechan la circunstancia) al fuego, como es el caso del pino canario que es pirófito y cuya estrategia es quemarse sin riego para ellos y así eliminar competencia, por lo que hay que tener en cuenta este hecho en las repoblaciones y planes de reforestación para evitar la coonización excesiva de esta especie en el territorio.

Pero, si es dramático contemplar cómo se quema la corona de la isla en la que habitas, no menos asombroso es el espectáculo de reverdecimiento de pinos y sotobosque con una potencia mayor que en condiciones de ‘normalidad’. Lo más sorprendente es la resistencia al fuego y la rápida recuperación del pino canario o de los palmerales, especies autóctonas que han desarrollado sus potencialidades en esta tierra, aprendiendo de cada situación y de cada desastre. Vegetación que renace para ofrecernos oasis de verdor sobre la roca y las tierras resecas que dejó la tormenta telúrica al petrificarse.

Estos días se podrá contemplar y comprobar el contraste de la piel vegetal calcinada con los brotes y hojas de un verdor luminoso y perfumado que hace sentir la ceremonia de la creación, la magia de la vida en la que el agua de la lluvia y la humedad del Atlántico hacen posible esta visión espectacular del alma del paisaje de Gran Canaria.

Pero no sólo es la vegetación y la fauna las que se preparan y buscan soluciones al fuego. Los grancanarios somos isleños que sabemos adaptarnos a las circunstancias. Vivir en un entorno reducido y aislado nos hace desarrollar un instinto de supervivencia singular. No podemos decir que nos hagamos más previsores y que hayamos puesto todo nuestro empeño y esfuerzo en evitar lo peor, aunque algo se ha hecho, pero sí nos volcamos en la solidaridad y en el trabajo para recuperar cuanto antes la ‘normalidad’, el estado de cosas en el que podamos sentirnos a gusto con nuestro entorno, con el paisaje, y con las personas que acuden a los distintos lugares de la isla para comprobar que la vida sigue, se renueva y nos ofrece imágenes impactantes. En esos momentos, la hospitalidad es exquisita y se establecen lazos de amistad que sólo quien ha sufrido la oscuridad abrasadora de un incendio es capaz de cambiar las lágrimas de impotencia por la sonrisa sincera de quien se siente apoyado y querido por tantas voces y manos dispuestas a ayudar.

Es la magia de la vida, en un territorio en el que la grandiosidad de la naturaleza contribuye a superar rápidamente los sufrimientos, con un espectáculo digno de ver en el que la transformación del escenario de horror, silencio y cenizas da paso a una explosión de colorido, aromas y música que renueva la esperanza y la alegría de vivir, de dar gracias a la naturaleza por tanto que obsequia para que la humanidad pueda darse cuenta de que no hay otro hogar que nuestro medio ambiente, el que nos alimenta, nos ofrece el oxígeno, nos ofrece su calidez o nos lava con su lluvia y eso nos obliga a ser más respetuosos, a cuidar que nuestra huella no suponga su deterioro sino su disfrute mientras aprendemos de sus lecciones de vida.

Por ello, si se encuentra en Gran Canaria por estas fechas no dude en visitar las zonas cumbreras que fueron arrasadas por uno de los más terribles incendios que hemos vivido, pero que la propia naturaleza ha restaurado para dar nueva vida a la naturaleza, a los pinos y demás árboles, a los pájaros de especies únicas que se preparan para un invierno diferente, incierto e ilusionante por las transformaciones que suponen el reinicio de un nuevo escenario de paisajes casi imposibles, pero no por ello menos bellos y cautivadores, con el horizonte abrazado a Gran Canaria, isla afortunada.

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