Pura vida en La Palma


Santiago Gil  //

Alguien nos contó en el Instituto Astrofísico de Canarias que la materia negra es el nombre que damos a nuestra ignorancia. También nos confirmaron que nuestros átomos fueron formados en el interior de las estrellas. Una treintena de mujeres y de hombres que escriben literatura recorrían los telescopios o se asomaban al cráter de la caldera de Taburiente. Entre las estrellas y aquel abismo envuelto en un mar de nubes no había ego que estropeara la fiesta. No lo hubo en todos los días del Festival Hispanoamericano de Escritores celebrado en Los Llanos de Aridane. Los Llanos,  como aquel París de entreguerras que contaba Hemingway, fue una fiesta.

Detrás de todo, discreto, sin protagonismo, con ese gesto zen que le terminamos imitando, estaba el escritor y guionista Nicolás Melini, el director del Festival impulsado por esa fuerza de la literatura y de la vida que es Juancho Armas Marcelo. Y junto a ellos, además de Elsa López, de Anelio Rodríguez Concepción o de Manolo Concepción, excelentes anfitriones, estaba el ayuntamiento de Los Llanos de Aridane con todo el equipo de Cultura (la concejal Charo González Palmero junto con Guacimara León, Juancho y Ricardo Suárez), y su alcaldesa, Noelia García, siempre al tanto de todo para que no faltara nada, ni un plato en la mesa, ni un micrófono en el escenario.

El día que nos veníamos, a las siete menos cuarto de la mañana de un domingo, nos vino a buscar un coche al grupo que regresaba a Gran Canaria y quien conducía era Noelia. Y además del ayuntamiento, este Festival fue posible gracias al apoyo de la Cátedra Vargas Llosa y de Acción Cultural Española. No es fácil encontrar ese compromiso con un proyecto cultural, porque por encima de todo, en Los Llanos se vivió una fiesta de la cultura con actos que se llenaban de público, con alumnos de centros escolares que nos preguntaban sobre el oficio de escribir, y con escritores que aprendíamos unos de otros, en las intervenciones y en las sobremesas, en las noches de guitarra y bolero que comandaba Alexis Ravelo, y en el humor, bendito humor, de gente como Juan Carlos Chirinos o Alberto Ruy Sánchez, en la emoción de la poesía de Alba Sabina, de Ernesto Pérez Zúñiga o de Valeria Correa Fiz, en las lecciones vitales y literarias de José Balza, Carlos Franz, Gonzalo Celorio, Hernán Lara Zavala, Pepe Esteban, Antonio López Ortega, Francisco Pérez Sánchez, José Manuel Fajardo, Carmen Posadas o Mónica Lavín, en la modestia de un grande como Patrick Deville, en la memoria de los años de Gauche Divine de Goytisolo o en las vanguardias de José Manuel Bonet. Y destaco el alto nivel en las intervenciones de los escritores que escriben en Canarias ( a los ya nombrados hay que sumar a Luis León Barreto, Ernesto Suárez, José Luis Correa,  Maiki Martín , Ricardo Hernández Bravo, Teresa Iturriaga, Roberto A. Cabrera y Cecilia Domínguez Luis), y la participación del guionista Javier Olivares, de la periodista Carmen del Puerto, del astrofísico, Jorge Casares, del director del IAC, Javier Rebolo. y del editor y librero, Rodrigo Díaz, y tampoco puedo dejar atrás, porque estuvieron siempre al pie del cañón, a Montaña Pulido, a la periodista Adriana Bertorelli y al gran Eduardo García Rojas. No debería haber nombrado a nadie porque cuando se enumera casi siempre se queda alguien fuera, pero creo que todos nos sentimos identificados cuando se nombra a cualquiera de los que estábamos en La Palma, a quienes, como comentó José Luis Fajardo, aún buscamos los diamantes de la literatura que están perdidos en ese jardín de vasos rotos que es ahora mismo el mercado editorial.

Yo quisiera, como dice la canción, volver a La Palma. Y volveremos, muchas veces, porque La Palma y Los Llanos de Aridane ya se han convertido en una referencia literaria en Hispanoamérica, la isla de tantos viajes de ida y vuelta que mejor mezcla el acento de las dos orillas, el espacio en el que te sientes como en casa en medio del Atlántico, la cumbre en la que encontramos la genista que canta Serrat en Mediterráneo.

Allí fuimos felices y allí regresaremos, porque la felicidad te eterniza donde la encuentras, casi siempre en un libro o en una mirada, en un paisaje, o en una de esas terrazas en donde la amistad y la palabra van hilvanando historias que algún día serán novelas o poemas, o algunos de esos ecos lejanos que terminarán llegando a los telescopios más sofisticados de otros planetas ( o de este mismo planeta) para saber quiénes éramos y qué soñábamos. La pura vida de la que escribe Deville en una semana inolvidable, eso es lo que encontrarán de quienes tuvimos la suerte de coincidir en la isla de La Palma.

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Foto: César Russ
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