Mirando al cielo


Por Santiago Gil

De repente buscamos solo la verdad y ya no nos valen campañas orquestadas por un Community manager avispado, ni golpes de efecto, ni noticias que distraigan la atención. Tampoco sirve de nada ese paso del tiempo que, en circunstancias normales, hace olvidar todos los desastres. Esta vez ninguno de los discursos es creíble si no se aportan soluciones y planes de futuro estudiados y consolidados. Si no es así, es mejor callarse. Y esto que cuento sucede en España y en buena parte del planeta. Hemos ido dejando que lleguen al poder los que más vociferan o los que mejor saben vender su imagen, no los más preparados. Pero ahora, como digo, ya no hay campaña ni gestos estudiados que engañen a la gente. Tampoco se puede confiar en el paso del tiempo si no se buscan soluciones consensuadas, inteligentes y certeras. Esta vez no valen las palabras hueras sino el trabajo, la inversión y la capacidad para contar la verdad con toda su crudeza pero, al mismo tiempo, aportando una confianza necesaria para quienes tienen miedo y no buscan ya la consigna que mueva al aplauso y a los vítores de las campañas electorales.

Esta vez jugamos en serio y demandamos políticos capaces de estar a la altura de las circunstancias. Y ya sé que es fácil criticar cuando no se está donde están ellos, los que gobiernan y también los que esperan gobernar aun aprovechando el dolor de esta pandemia; y claro que hay muchos políticos preparados y capaces, pero el peso militante y burocrático de sus propios partidos los ha orillado, o los mantiene en un segundo plano. Nosotros, entre tanto, seguimos mirando al cielo desde nuestras ventanas, buscando en las nubes aquellas formas de animales como cuando éramos niños, o atisbando la esperanza en el azul que sigue abriéndose paso todas las mañanas. Ellos sí que no deben mirar al cielo como hacen los futbolistas cuando fallan un gol cantado, y si miran al cielo porque ya no tienen capacidad para aportar nada más, deben dar un paso a un lado en la gestión de esta crisis y dejar que lleguen otros, los sanitarios e investigadores que saben de esto, todos esos trabajadores que lejos de mirar al cielo o de ponerse a pronunciar discursos vacíos de contenido, se juegan la vida a diario para salvarnos y regalarnos la única esperanza que nos queda. Les aplaudimos porque sabemos que sí son ellos los que aportan y los que no nos fallarán mientras les queden fuerzas para seguir trabajando. Y es verdad que todo esto pasará más tarde o más temprano, que igual que llegó el virus inesperadamente aparecerá una vacuna; pero cuando eso suceda no podemos olvidar que la política era de todos, y que por tanto somos todos corresponsables de lo que ha ido sucediendo en estos últimos diez años. No solo cambiará nuestra manera de pensar y el valor que le vamos a dar a todo lo que nos rodea. La democracia, que es lo que debemos preservar con más coraje cuando lleguen las crisis que se avecinan, exige que todos participemos y que ayudemos a que lleguen los mejores a los puestos en los que se decide nuestro destino. Hasta ahora, quizá, no nos habíamos dado cuenta de que al final es nuestra propia vida la que ponemos en juego cada vez que decidimos.

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