La materia


Santiago Gil  //

La materia humana no está solo en el cuerpo. Todo lo que creamos, lo que amamos, lo que miramos, y también lo que vamos soñando, se impregna de nuestra propia condición efímera y extraña.

Hay un milagro diario en la existencia que a veces nos permite acercarnos a los dioses, a la inmensa alegría que nos regala un cuadro hermoso, un libro emocionante, un encuentro inesperado o un café en una terraza, lo que entendemos por pequeños placeres cotidianos, lo que queda cuando el tiempo avanza y miramos hacia atrás sin caer en las redes mendaces de la nostalgia.

En esas sensaciones que nos eternizan, la naturaleza casi nunca defrauda. Si acaso somos nosotros los que la defraudamos a ella construyendo aberraciones donde todo era armonioso y bello. Un libro, a veces, con el paso de los años, no nos devuelve la misma intensidad emocional que cuando lo leímos en el pasado.

Y sucede lo mismo con una película, un cuadro o una sinfonía. Sí es cierto que hay obras maestras que recorren incólumes por nuestros sentidos el paso de los años, pero en muchas ocasiones hay algo que las aleja de aquella condición excelsa de cuando las encontramos.

Somos nosotros los que realmente hemos cambiado, y entonces aparecen otros libros y otros cuadros diferentes, aunque al final, cuando pasa el tiempo, lo que acabas buscando es lo más lo sencillo y lo que realmente logre rozar, así sea un solo segundo, los cimientos de tu alma.

En medio de toda esa aventura de sensaciones, es la naturaleza, con el océano, la montaña, el barranco, o las nubes del cielo que casi siempre pasan de largo, la que nunca nos decepciona si atisbamos el milagro y, sobre todo, si valoramos lo poco que somos cuando nos asomamos a ella. Es verdad que el arte imita a esa naturaleza. En eso sí estoy con los clásicos.

Realmente estoy con los clásicos en casi todo porque ellos sí han sabido caminar por encima de las modas y del tiempo. No es casual que queden unas obras de arte y desaparezcan otras, que permanezcan unos libros y otros se silencien para siempre.

Sí es cierto que a lo largo de los siglos el azar habrá dejado muchas historias inéditas en el fondo de los cajones o cuadros destrozados en cualquier accidente o cualquier guerra; pero las obras que han ido navegando esos mismos siglos, o las que se vuelven imprescindibles en unos pocos años, sí nos ayudan a tener la certeza de que el arte, al final, es como la propia naturaleza a la que regresamos siempre como si llegáramos por vez primera a contemplar un paisaje que nos sobrecoge.

Nuestra materia y nuestra esencia cambia a cada instante, y no digamos nuestros recuerdos, y con todo ello nosotros también somos diferentes cada nuevo día que despertamos, a lo mejor no más sabios; pero sí más exigentes con lo que detenga nuestra mirada y reavive nuestros sentimientos.

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