González Ascanio


Santiago Gil //

A veces la vida no es más que una composición de una figura que uno va rellenando como rellenan los niños esos moldes con animales o personajes de dibujos animados. Uno encuentra los límites y los perfiles detallados y los llena de amores, de tristezas, de euforias, de planes o de silencios. Todo vale en ese espacio en el que nos regalan unos años para que disfrutemos de la existencia. Y a veces hasta nos dejan, si rebuscamos un poco más allá de esa figura que tenemos delante, ampliar los límites que creíamos que ya estaban trazados. También se nos invita a diario a que cada vez que nos asomemos al horizonte veamos un final de paisaje que nos sorprenda y que nos invite a seguir rebuscando donde creíamos que ya no había nada.
Uno de los caminos que conducen a esos paisajes que recorremos más allá de la mirada se traza con las palabras.

Y para ello es necesario que alguien escriba con esa profundidad que tienen las letras cuando se combinan como si fueran puentes que comunican dos orillas que parecían separadas por un abismo. El escritor Eduardo González Ascanio es como un demiurgo que escribe como si inventara un mundo nuevo por donde quiera que pasa, porque los mundos se inventan con las miradas, y no hay dos paisajes que sean iguales, ni que se escriban con las mismas palabras.

Eduardo vive en Gran Canaria y va publicando libros que sus seguidores releemos cada cierto tiempo para no perder la pista de esos otros viajes que nos salvan. El último libro que he leído de González Ascanio es Historias de amor y crueldad, un compendio de relatos en los que la ironía, la ternura, la poesía y la imaginación se mueven como esos funambulistas que atraviesan espacios casi imposibles. Uno mira a esos émulos de Houdini como mismo se asombra cuando las palabras logran llevarnos a su terreno y nos alejan durante un rato del tedio. Eduardo es un melómano que ha escrito mucho de música y de sus intérpretes más idolatrados, y un gran cinéfilo, y compartimos ese amor incondicional hacia los perros y hacia todo lo que aprendemos con ellos cada vez que nos miran fijamente como si trataran de escudriñar el fondo de nuestra alma.

Su literatura se nutre de lo cotidiano y se mueve en ese difícil arabesco en el que coinciden la sencillez del verbo y una voz propia que suene distinta a todas las otras voces que conocemos. Eduardo transita por los relatos y por las historias breves dejando en unos cuantos renglones las mismas sensaciones abisales que puede dejar una novela. Y es que a veces con un par de palabras se logra llegar más lejos que con cientos de párrafos. González Ascanio lleva años combinando pacientemente esos signos que se vuelven mágicos si alguien los remueve con la alquimia que precisan siempre los milagros. Escribe como si el tiempo solo fuera un invento del pasado.

CICLOTIMIAS

La noche también tiene vestigios de estrellas olvidadas.

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