El mortuorio silencio de los árboles


Santiago Gil

El árbol centenario que se quema, el que dio sombra a nuestros bisabuelos, no entiende de burocracias, hidroaviones o cortafuegos. Tampoco los pinzones azules que ayer mismo componían una sinfonía efímera y emocionante entre el sonido de nuestros pasos. Lo único que saben los árboles y los pájaros, cuando mueren, es que el fuego abrasa y hace desaparecer la vida. Y los culpables somos todos nosotros. No podemos seguir siendo una sociedad infantiloide y virtual que le pide responsabilidades a los otros. Es cierto que hubo un irresponsable que provocó el incendio, pero todo lo demás, la conservación de los bosques y su cuidado dependen de cada uno de nosotros, de la conciencia medioambiental que tengamos. La cumbre no es un bosque para asar chuletas y tomar cubatas. Los bosques son templos de la naturaleza y de la vida que hay que aprender a respetar si queremos conservarlos. Si no hacemos eso, solo tendremos parques y jardines. Los bosques tienen sus ciclos atávicos, y somos nosotros los que tenemos que respetarlos.

No vale echar la culpa al político o al técnico de turno, eso es infantil e injusto, porque no imagino a ninguno de esos técnicos ni políticos actuando de mala fe. No aprendimos las lecciones de los últimos incendios, y la única manera de evitarlos es contar con esa conciencia medioambiental en la que cada ciudadano cuide el bosque como cuida su casa, y si no sabe hacerlo no se le deja entrar, o se le multa ante cualquier acto que ponga en riesgo la vida centenaria de esos árboles y de esos pájaros.

Al final, todo tiene que ver con el gran problema de Gran Canaria: la dejadez en la educación, la irresponsabilidad de no educar y de no enseñar a respetar a los otros y a respetar a los animales y a la naturaleza desde la cuna. Todo lo que hagamos será en vano si no logramos que cale ese sentimiento, y todos seguiremos siendo igual de corresponsables. Ahora lloramos, pero de nada sirve cantarle al Roque Nublo si no somos capaces de cuidarlo. Tendremos que empezar casi desde cero y repoblar, y abonar, y regar, y tratar de que rebroten los pinos canarios. Esos pinos canarios son más resistentes y más sabios que todos nosotros. Miremos para ellos cuando rebroten entre las cenizas, cuando enseñen las hojas verdes entre la madera todavía carbonizada. Seamos como ellos si queremos que esto no vuelva a suceder. Ni los helicópteros, ni los hidroaviones podrán detener nuestra barbarie. Claro que me uno a quienes reclaman los mejores medios, pero no existen milagros, no podemos ser tan infantiles todo el tiempo. Asumamos la responsabilidad de la sociedad que estamos creando y tratemos de cambiar el rumbo cuanto antes. La única certeza de ese pino centenario atacado por el fuego es que, si no hubiera estado el ser humano, aún estaría embelleciendo el paisaje y dando cobijo a todos esos pájaros que ahora yacen calcinados entre el mortuorio silencio de los árboles.

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