Industrias Culturales

José Orive | 15 de mayo de 2015

Mientras más se debate el papel económico de la cultura en la sociedad, más queda en evidencia los efectos fiscales que sobre la misma ejercen los gobiernos. En España, los recortes presupuestarios de los últimos años y su relación con la subida impositiva del IVA en el sector del 8 al 21 % y sus drásticas consecuencias, han sacado a la luz datos que se escapan habitualmente al ciudadano medio. Si leemos que el arco de la aportación económica de la cultura al PIB de los países europeos ha fluctuado del 4 al 7% (porcentaje bastante estimable) ¿cómo es que la cultura se encuentra en España en la situación de ostracismo actual, con un impacto tremendamente negativo en sus cuentas, desapareciendo empresas y puestos de trabajo?

Podrían analizarse muchas causas, entre ellas fundamentalmente la aversión que se ha tenido tradicionalmente desde el poder por la cultura, o su consideración de algo prescindible o de mero entretenimiento. Sin embargo, la realidad es que con el avance de las nuevas tecnologías, la cultura ha ido ocupando en muchas sociedades, especialmente a partir del siglo XX un lugar relevante en el ámbito industrial, dando lugar a la llamada “Industria cultural”.

La citada expresión fue empleada por primera vez a mediados del siglo pasado por los teóricos de la Escuela de Frankfurt, Mark Horkheimer y Theodor Adorno para intentar dar sentido al cambio radical que se estaba produciendo tanto en la forma de producción como en el lugar social ocupado por la cultura. No sólo estaba cambiando la mercantilización de la cultura o la aplicación de procedimientos industriales a la producción cultural, sino también su expansión para dar lugar a una nueva forma de cultura, la llamada cultura de masas, así como la aplicación de los principios de organización del trabajo a la producción cultural.

En el sistema de producción cultural pueden considerarse: la televisión, la radio, los diarios y revistas, industrias cinematográficas, discográficas, las editoriales, compañías de teatro o danza, las distribuidoras, etc., que buscan a través de diversos mecanismos aumentar el consumo de sus productos, modificar los hábitos sociales, educar, informar y, finalmente, transformar a la sociedad.

El término industria cultura, del que tanto se oye hablar, se refiere, pues, a aquellas culturas que combinan la creación, la producción y la comercialización de los contenidos creativos intangibles que contienen y básicamente de forma seriada o industrial. Constituyen un conjunto de empresas e instituciones cuya principal actividad económica es por tanto, la producción de cultura con fines lucrativos.

A posteriori, para suavizar la expresión “industria cultural”, empezó a utilizarse la de “industrias culturales y creativas” ya que el concepto de industria creativa supone un conjunto más amplio de actividades que la meramente industrial, puesto que el producto o servicio en cuestión contiene un elemento artístico o creativo sustancial. Por tanto, si hablamos de industrias creativas, estaríamos incluyendo a las industrias culturales tradicionales reseñadas, pero también otras actividades como el diseño industrial, la producción de software, la arquitectura y la publicidad.

Para algunos, la “industrialización” de la cultura, la ha puesto más cercana y asequible al consumidor. Para otros, la consecuencia más importante del proceso de mercantilización de la cultura –además de la generación de cuantiosos beneficios en un sector cada vez más oligopolístico- ha sido la fusión de cultura y entretenimiento, buscando escapar del aburrimiento del tiempo libre con nuevas experiencias, siguiendo lo fácil y superficial, sin esfuerzo, y por añadidura, creando consumidores de cultura pasivos o compulsivos sin atención excesiva a los parámetros de calidad o necesidad. 

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